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Desde esta misma roca contemplaron la doma de los potros que habrían de montar en el combate.

Junto a este mismo río levantaron sus cabañas, derramaron sus rebaños y leyendas y bebieron en el profundo licor de las grosellas.

Y, en noches de luna llena como ésta, cortaron con sus hoces sagradas plantas de muérdago para ofrendar al dios de las montañas.

Todavía se escucha, cuando nieva en la noche, el eco de sus flautas y cítaras perdidas.

Todavía se escucha, cuando nieva en la noche, el rumor de sus gritos guerreros.

Pero de nuevo brilla el sol, se deshace la nieve y el dios de las montañas queda solo.

Solo y lejano como mi corazón ahora. Como mi corazón ahora.

 

 

 

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