Un hombre entra y deja un gatito en el suelo. Un hombre con un gatito blanco y negro en el bolsillo. No habla, no mira a los ojos, no toca. Entra.

 

Ella sostiene con las dos manos una tela. Mira andar al gatito y re­tuerce el trapo. Parada lejos de la puerta, lejos de la ventana, mira al animal moverse y calla.

 

Siente cada paso del gato en su cuerpo. La voz del animal es su voz, llena su boca y sus oídos. Las manos del gatito tocan todo todo invaden. Maúlla en medio del silencio y ya no es otra cosa que su rumor el aire.

 

La figura se convierte en tigre y avanza lento entre las cosas. Tiene un ronquido suave y unas garras delicadas. En el tranco lleva el peso de mil años.

 

 

 

[María Eugenia López]

                                               

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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