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[Ahmed Hegazy]

 

  

 

ELEGÍA PARA UN ARTISTA DE CIRCO

 

En un mundo lleno de equivocación,
Si tu cuerpo delgado,
En un movimiento demasiado rápido o lento,
Se precipitara a la tierra hecho añicos
¿En qué noche… esta u otra…
Merodea tu error?
Se atenúan las luces del techo,
Cesa el público su estrépito,
Y llegas ataviado de luz,
Héroe cabalgante, recorriendo la ciudad
Con tus ojos, despidiéndote de ella,
Clamando el amor del pueblo en noble silencio…
Subes a las primeras cuerdas
Los tambores al ritmo de tus pasos
Colman la arena del tumulto
Y retumban “¡Que empiece la función!”.
¿En qué noche merodea tu error?
Te devoran el terror y la aventura,
Tus pies, tus brazos se reaniman,
Tambalean, se reponen,
Se detienen ante el cañón fatal:
Como serpientes enroscadas,
Como gatos enloquecidos,
Negros, blancos, atacan y retroceden
En el círculo de arena.
Inicias tu arte del terror
Sitúas al público ante el momento de angustia
Vas por la morada de la muerte… arrogante…
audaz
Saltas de cuerda en cuerda
Dejas un refugio, y aún no encuentras otro.
El temor congela los rostros… atentos,
Compasivos, lascivos
Hasta que con calma te detienes,
Alzando las manos ante el público.

 

¿En qué noche merodea tu error…?
Abajo, pesado de tanto esperar, rumia en la oscuridad,
El indomable monstruo fabuloso.
Resplandeciente como el pavo real
Engañoso como la serpiente
Ágil como el tigre
Majestuoso
Como león al acecho, en el momento de peligro
Mientras prepara el gran salto
Invisible bajo tus pies
Muerde la roca
Espera tu caída
El segundo del cálculo fallido
El lapsus en la improvisación.

Entonces aletea el recuerdo
Buscando cubrir esta repentina desnudez
Venerable, sola.
El orgullo se posa en tu cabeza
Como ave saciada
Ebrio de silencio olvidas el trapecio
Las cuerdas vibran bajo tus pies como
La cuerda de un arco

Un grito apuñala la noche como el cuchillo de un ladrón.

En el centro de todas las cosas
La luz vacila sobre el cuerpo caído,
El pie, el brazo colgando y sin orgullo.
Y sonríes
Como si supieras los secretos
Como si confirmaras la profecía.

 

[Traducción: Claire Pye]

 

 

*

 

Si fuera un tigre hambriento

le daría una copa de vino

y encendería fuego en la chimenea. 

 

Si fuera una yegua desatada

con sus crines al viento

la seguiría en el espejismo

y la buscaría hasta el fin de los tiempos

para regresar con ella

pero sin domarla:

¿cómo atrapar un relámpago?

¿cómo encadenar la brasa del alma? 

 

Sin embargo, bailo con ella toda la noche

hasta el amanecer cuando ella revive

como mármol despierto,

desligada, libre,

feliz en un tiempo eterno,

revelando su corazón y buscando su deseo

perdido en las tardes y los jardines solitarios

dibujando con su desnudez interior

imágenes que aparecen una tras otra

sobre sus miembros

como los velos transparentes de sombra y de luz

que caen en lluvia de crepúsculo sobre sus hombros

y hacen como que respiran sobre ese cuerpo al que visten y desvisten. 

 

Cada vez que el cuerpo extiende una pierna

o suspira o descubre su blanco pecho

o acaricia su cabellera negra

el tiempo se detiene un instante

y retoma su ritmo

cubriendo de sombras las frescas colinas

y de luces las cimas

como una fuente que corre

se vuelve transparente sobre los guijarros

y sombra entre las sombras

haciéndose espuma

finalmente.  

 

Le he dicho al cuerpo cuyo ardor se ha calmado durante la noche

y que se ha vuelto una idea en mi cabeza:

—Vuelve a ser lo que eras, mi dueño.

Pero aquello que fue nunca regresa. 

 

 

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