Nuevo Mundo Orinoco

 

América

Dije, maíz. Generaciones de indios fueron rescatados del olvido.

Dije, palma. Largas elaboraciones de tejidos, milenios de substancias fibrosas ataron el pasado con el presente.

Dije, arcilla. Se mostraron las tinajas de hinchado vientre de mujer encinta, los platos y cazuelas como discos solares arrojados hacia el porvenir.

Dije, río. Fluyeron las aguas del diluvio. Fueron ahogadas las razas. Sobre las primeras tierras emergidas y chorreantes, cruzó un pájaro.

Dije, selva. Torrencial follaje, explosiones de verdor, vahos zumbantes, tibieza de matriz. El silencio sin rostro y con cuerpo de hormigas voraces, aullaba entre pieles de sierpes como vainas caídas de los árboles.

Dije, llanura. Giraron embudos de vientos negros. Se quebró una luz de cristal o de leño seco. Un espejismo de mercurio relucía en el horizonte.

Dije, luna. Brotaron fuentes e hilillos de leche, se abultaron humedades, proliferaron hongos, mohos,  légamos y se escucharon grandes caídas de agua.

Dije, mujer. Un tallo de venas rotas echó una flor.

Dije, hombre. Se alzaron escudos y macanas, brillaron filos y puntas de hueso, flotaron los plumajes, pero en alguna parte del combate se abrió una mano como delta.

Dije, sol. Truena el verano, un ave deslumbrante e invisible pasa y sólo se mira su sombra. Muestra el cielo una faz roja y rugiente.

Dije entonces, Dios, comiéndome las palabras, con la lengua volteada hacia adentro y con los ojos vaciados.

El amor era un tigre en acecho.

La muerte se acercaba lentamente bajo una nave de árboles estrellados.

 

[Juan Liscano]

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