Un soberbio Panche
Y antes de comenzarse la subida
vieron venir un panche dando voces
de gran disposición y horrible gesto,
solo, sin otras armas en la mano
que macana de palo poderoso;
y los nuestros creyendo ser mensaje
o para dar la paz o mayor guerra,
pararon todos e hicieron alto,
con intención de conocer la suya.
La cual él hizo luégo manifiesta,
pues por salutación, en el primero
dellos que se halló más a la mano,
a quien llamaban Juan de las Canoas,
el palo descargó con ambas manos,
que, como vio venir el golpe,
puso la cóncava rodela por delante
donde lo recibió; mas el escudo quedó
desmenuzado, como cuando
del fulminoso fuego que desciende
de la región aérea fue tocado el duro
material que lo deshace, y las briznas
y astillas van volando, por una y otra
parte divididas. Y aunque mozo,
robusto y animoso, faltóle fuerza
para sustentarse sobre sus pies,
y con oscura nube de que sus ojos
fueron ocupados, cayó desacordado
y aturdido. Lo cual visto por nuestros españoles,
Acometiéronle por todas partes,
y el Céspedes a voces les decía
Que por ninguna vía lo matasen,
Sino que sin herillo lo prendiesen,
Por saber la razón de su locura.
Mas el soberbio panche con el leño
Y portentosa fuerza se defiende,
Los unos y los otros oxeando
Con buen compás de pies y gallardía,
Según maestro práctico de esgrima
Que en plaza pública se desenvuelve,
Jugando de florero con montante,
Rodeado de gente que lo mira,
Que porque no les toque revolviendo,
Los unos y los otros se retraen,
Dejando campo desembarazado
Donde pueda jugar a su contento;
Que bien desta manera lo hacía,
Aquellos que tentaban de prendello,
Cada cual resguardando su cabeza.
Mas Juan Rodríguez Gil, mozo valiente,
De monstruosas fuerzas, corpulento,
En viendo tiempo, dio veloce salto
Por las espaldas dél, y con los brazos
Nervosos lo ciñó por los ijares,
Según el torvo tigre que, rastrando
El pecho por el suelo, sin ruido
Se va llegando para hacer la presa
En ancas del cornígero juvenco,
Y con velocidad imperceptible,
Subiéndose sobre él, asió las garras
Y el mísero novillo por librarse,
Da brincos y corcovos, brama gime,
Sin se poder valer ni aprovecharse
Del arma que le dio naturaleza.
Desta manera lo tenía preso,
Sin le dejar usar de la macana,
Que con dificultad se la quitaron
Los otros compañeros de las manos,
Ligándoselas luego con esposas
Y pendiente cadena del pescuezo.
Y el Juan de Céspedes con una lengua
Mosca que declaraba los acentos,
Pregunta: "Díme, bárbaro valiente,
¿Cómo te poseyó tan grande demencia
Que siendo solo contra tanta gente,
Presumieses venir a competencia?
Porque moverte tú tan solamente
Sin emboscada de mayor potencia,
No me parece vero testimonio,
Y si lo es, tú debes ser demonio".
El indio le responde: "Yo soy hombre
Por tal y por mi nombre conocido,
Y aquí donde resido fui criado.
Antier me fue forzado salir fuera,
Y ayer, que no debiera, ya muy tarde,
Vi con temor cobarde gente pancha
Que nunca de tal mancha tuvo nota.
Dijéronme ser rota y abatida,
Privando de la vida muchos buenos
Vosotros que sois menos, y tan pocos
Que no tuve por locos desconciertos
Pensar dejaros muertos por mi mano
En pago de un hermano y de un tío
Y un mozo hijo mío, y otras gentes,
Mis deudos y parientes, cuya muerte
Me turbó de tal suerte, que con saña,
Sin convocar compaña de los tristes,
Intenté lo que viste por las muestras
Cuando probé mis fuerzas con las vuestras.
Todos de ver el término soberbio
Y atrevimiento con que les hablaba,
Quedáronse admirados, y quisiera
El Juan de Céspedes que lo llevaran
A Bogotá, ligado con prisiones;
Mas Juan de las Canoas que corrido
Estaba por haberlo derribado,
Con otros compañeros impacientes,
Luégo que el capitán movió la suya,
Al indio le cortaron la cabeza.

                                                                     [Juan de Castellanos]

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