Donde los ríos se esconden en selvas
Cenando nacatamales, vigoron y gallo pinto,
paseo, en recuerdos, a mis hijos.
Contándoles antojos de Nicaragua,
olas de mares y calles de Matagalpa.
Les digo que mi abuelito cuando niño,
lustraba zapatos en la madrugada.
Y mujeres postres vendían,
en el murmullo brizado de la tarde.
Arriba del Almacén Hernán Delgado,
a codo con el mercado,
crecí entre pobres y ricos.
Con techos bordados y pisos lustrados.
Ahí Cosme, Tono y otros mendigos
que rodaban por las calles,
al patio, por la pila, se arrimaban.
Almorzando al mediodía.
Del balcón vi corridas de cinta.
Purísimas y procesiones.
Lluvia en verano lavando sangre,
de jóvenes ametrallados.
Una cuadra al cuartel,
recostados en sus taxis los chóferes.
Enamorándose de niñas mujeres,
que chiquiando pasaban.
La acera ancha de la iglesia
llena de indígenas y damas de moda.
Donde la loca Tomasa acostada,
jugaba con moscas que su piel besaban.
Las Posadas cantadas de casa a casa.
Cajeta de leche, pinol, chicha y cana.
Flores que hacen rosillo.
Guerras en los campos y salas.
Les repito a mis hijos que algún día,
pasearemos en las ciudades.
Con el canto de miles pájaros,
llegaremos a la montaña.
Tierra donde por al atardecer,
el sol se hunde en los volcanes.
Y al coro de miles sapos,
los grillos a la luna levantan.
Ahí cuando salen las estrellas,
oirán por primera vez,
canción selva, la voz del oscuro.
El concierto de luceros.
Mi amiga Maria regresó con hamacas.
Me hace falta El Paraíso y tía Dorita.
Leche caliente y con espuma.
Paseos en caballo, pescado Jinotega.
Al término de la cena
veo en ojos húmedos,
muchos años de cuentos pasados,
que desean ver parques, con palos de mango.
Donde los monos espían al tigre.
Las cumbres terminan en agua.
Los mares son cunas del cielo.
Y tiburones revuelcan los lagos.

                                                      [Marta Adint]

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