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[Javier Reverte]

 

Viaje 2

Colores 1

Malaria

Convocando

 

 

 

 

VIAJE 2

(Oeste de Etiopía, 2000)

 

Los mapas están vivos,

huelen a yerba y sal,

tienen sangre los ríos,

un corazón el mar.

 

La vida es siempre un viaje

y viajar es bailar:

siempre querer partir,

nunca querer llegar.

 

Sobre las olas bailo

semejante al navío;

en los brazos del agua

mis arterias son ríos.

 

Son ríos como flores,

olorosos y vivos,

salvajes y gimientes,

viejos tigres bravíos.

 

Silba un tren y yo bailo

con mis piernas de acero;

y las montañas braman

con un eco de ciervos.

 

Amo la tundra helada,

los desiertos de frío,

los caminos sin luna,

los llanos ateridos.

 

La siesta de las mieses,

los secretos del pino,       

la indiscreta campana       

de poblados impíos.

 

Caminos sin señales

bajo el cielo cansino,

estúpidas ciudades,

viajeros sin destino.

 

Nada es lejos ni cerca

si el sendero es tu hogar:

ciñendo su cintura

yo haré al mundo bailar.

 

Mi norte nunca es norte,

mi norte es sólo sur;

sur de coraje y danza,

sur de calor de luz.

 

Ligero de equipaje,

cada día nací.

Yo no hice el viaje,

el viaje me hizo a mí.

 

[Trazas de polizón 1992-2004]

 
 
Δ
 
 

COLORES 1

(2001)

 

Es amarillo el grito de aquel que va a morir

bajo el hacha amarilla del verdugo.

Amarilla es la culpa,

como amarillo es el ropaje gentil de los tiranos.

Es amarillo el perfil de la traición y del luto

y he visto el amarillo brillar en la mirada

de los hijos de Macbeth.

Los caminos del mundo se visten de amarillo

cuando el miedo los cerca.

La sed es amarilla; también lo son los celos.

Las hembras amarillas ocultan en su sexo un puñal amarillo.

Si el mar amarillea, arderán las tormentas,

sangrarán las mareas.

Bajo el trigo amarillo nos acechan las víboras

y amarillo es el ojo de las cobras.

Tigre, león, jaguar y leopardo

pintan en amarillo su oficio de asesinos.

Amarilla es la tez de los cadáveres.

 

Amarilla es la noche de las guerras de hermanos

en Ruanda y en Bosnia.

Amarillo el granizo que quema las cosechas

y amarilla es la chanza que hace burla a los bobos

allá abajo, en Sevilla.

Amarillo, el amigo que decidió engañarte:

tristeza de amarillos cuando el amor nos deja.

 

Amarilla es la mano de los hombres cobardes.

 

[Trazas de polizón 1992-2004]

 

Δ

MALARIA

(Belém do Pará, 2002)

 

Si yo digo Amazonas,

yo digo incendio y frío,

pechos de nardo enfermo y pubis infectado,

aguayerba veneno, carnejungla podrida,

bronco rumor de fiebre de cerebro perdido

en los mares de urea,

y frutos desangrados entre hematíes muertos

y fieras que succionan las venas disecadas

como insectos con labios de pantera,

mascarones de anófeles en la proa de un barco

a la deriva,

repleto de marinos que guardan cuarentena

y de niños que lloran como ancianos perdidos

en la niebla,

la Creación aullando, alaridos de tigre,

sudor y fiebre y llanto,

oso blanco asesino bajado de los hielos

a selva de culebras,

y puñales blasfemos seccionando neuronas,

corazón de tinieblas

y la bruma preñada con la leche de un saurio,

y un semen sideral de cosmos dislocado,

y ese tritón parásito que es ciego, sordo y mudo,

que mata masturbando tu cerebro indefenso.

Río de verdepús, de bilis cuajinegra, 

río de loco fuego y de nieve emboscada, 

de sístole y diástole con berreos de jazz, 

de sangre sobre el barro, 

de corazón ahogado por turbiones de arena, 

de hígado cegado bajo un río de lodo, 

y riñones que crujen con la voz de la piedra 

en un norte de tundras.

 

Si yo digo Amazonas,

tiemblo y tiemblo y por cien veces tiemblo,

lejos de aquel demonio que me arrimó a la muerte,

del cíclope invisible que me enseñó a dormir

en el pavor del sueño.

Que me enseñó a morir

en la pausa feroz de la batalla.

 

[Trazas de polizón 1992-2004]

 

 

Δ

 

Convocando a los héroes

tengo que proclamarlo:

ésta es la Tierra de Nadie

donde no queda sitio para nadie

que no quiera ser libre.

 

Es el más viejo campo de batalla.

Alimenta sus hierbas el sueño de la sangre

de los soldados locos que vinieron

aquí

para morir a solas en la Tierra de Nadie.

Capitanes sin tropa,

luchadores sin jefe,

guerreros de un linaje tan antiguo como el grito

de libertad,

titanes que ensanchaban a golpes de dolor

el ámbito infinito del espacio.

 

Tan sólo los halcones pudieron contemplarlos

el día de su muerte.

Y ellos, el rostro al cielo, en la última hora,

cegados por los rayos del sol de los veranos,

distinguieron apenas la sombra de las plumas

de las rapaces libres.

 

Mientras caían ángeles abúlicos con las alas quebradas

a dormir a sus pies,

los buitres y chacales giraban temerosos

sin atreverse a dar el mordisco primero,

el que levantaría un revuelo de gritos

y feroces batallas por conquistar los huesos,

los jirones de carne, el corazón caliente

del héroe caído en la Tierra de Nadie.

 

Sus armas están rotas y no brilla el escudo,

vencida está la espada, la lanza enmohecida.

Abollan su coraza los golpes enemigos

y no parece acero el filo de su daga.

 

Pero habéis de saber

que le costó llegar hasta esta muerte grande y orgullosa,

que tuvo que venir desde muy lejos,

sortear los abismos de su propia aventura,

apartar en las noches de fiebre y de delirio

la dulce tentación de tomar los grilletes

y encadenar sus manos.

Que sufrió la locura de los guerreros libres

en el fiero combate contra su propia alma,

para seguir la marcha, solitario y doliente,

a la Tierra de Nadie.

 

En esta antigua hora

espera junto al buitre, bajo el sol, bajo el viento,

el último crujido de su pecho valiente.

Y el fondo de sus ojos es un espejo roto

donde trotan imágenes de sus sueños de niño.

Porque es el mismo niño

el que se tiende ahora aguardando la muerte

en la Tierra de Nadie.

 

Donde no hubo pasión, él nunca estuvo.

Ha desfilado en tardes luminosas

rodeado de vítores y aplausos.

Y todo lo dejó para escuchar las voces

que se alzaban del fondo de su sangre.

Despreció los halagos de los que le adoraban

cuando les dio canciones,

los mismos que más tarde, cuando le vieron solo,

vinieron a escupirle

y a reclamar un pan que pretendían suyo.

Y supo desdeñar la cálida llamada de las ideas bellas

que se mueren sin palpito sobre sillones de oro.

 

Está aquí para estrechar su muerte con los brazos de acero.

Aún habitan sus sueños los grandes horizontes,

llanuras como océanos, olorosas colinas,

las junglas milenarias, el perfume de trópicos.

Tiene nostalgia aún de los bosques de pumas,

de los ríos de lobos, primaveras de tigres

y veranos de frutos y de sexo de flores.

 

Sabe que más allá de las alas abiertas

del poderoso halcón que da su cuerpo al viento

ya no aguarda otro lecho que el beso de la muerte.

Pero no siente miedo.

El héroe caído sólo lamenta ahora

no haber tenido fuerzas para llegar más hondo,

para venir aquí,

a la Tierra de Nadie,

con el pecho inundado aún de más amor

y de más libertad.

No haber tenido fuerzas

para arrojar todos los rezos

al sideral barranco de la nada.

 

Ya no le queda tiempo

al guerrero que aguarda a los pies de la muerte.

Siente junto a su oído la risa de las hienas,

el graznido de cuervo,

el lamento lejano del cóndor que, en el cielo,

tiende sus alas anchas

en la Tierra de Nadie.

 

[El volcán herido 1981-1986]

 

 

Δ

 

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