Ya clavé el puñal a mi fantasma,
corté mi larga cabellera,
y la di de comer a mis hambrientos tigres.
Deshice la herencia de los que murieron de tristeza,
y de un solo trago bebí el dolor del agua,
atravesé el bosque ardiente,
me sembré como una lila,
agonicé con la raíz del vientre entre las manos,
caminé con la dulce tos de la nostalgia,
y el cansado espejo que refleja
la turbiedad de mi costado.
Con cuanta suavidad
suspiro aún,
en el misterio y la palabra calma,
en el grito de la campana
que despierta
a las pequeñas luciérnagas,
que tan hondo cavan
en el centro de mi espalda.

 

[Orietta Lozano]

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