La orden de partida cuando estemos llegando

El cautivo dibuja, en las paredes de su encierro,

los desembarcos, la sangrienta lucha de la memoria.

Una flor amarilla se cuela entre las grietas de la celda,

liberando a los condenados.

 

Es donde se quiebra la tarde con el corazón del gato

donde podría llegar el cautivo,

con los pies destrozados por el camino, con las espigas encorvadas

y el equipaje mojado. Tocaría tres veces a la puerta

ofreciendo aromas exóticos, marfil de la India,

cueros de tigres de bengala, colmillos de jabalí,

o aquella pócima que resucitó a un Rey vencido

en el lecho mugriento de una tierra maldita.

 

Nadie se extrañaría

si el que sufre a solas en la regadera, el que estuvo en lugar preciso

pero en el tiempo equivocado, o el que llegó a tiempo,

con un clavel en el pecho, al sitio inexacto,

el que se enamoró de las lámparas, el que anuncia el bombardeo,

el que le pone la manta encima al que acaba de morir, nadie,

nadie podría decir quién fue

el que puede llegar;

quién de nosotros

el que desatará los nudos,

el que dará la orden de partida

cuando estemos llegando.

 

                        [Luis Enrique Belmonte,  (Caracas, 1972-), Inútil registro, 1999]

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