[tortugas]

Su alma es inmortal, crocante y tibia como un bollo de pan recién horneado. El Mar de los Sargazos. Los botes amarillos del lago de Barranco (hace ya cincuenta años) tatuados en el agua, remolinos de larvas y gusanos. (Sandokán, tigre de la Malasia. Las panteras de Argel). Su alma (tibio bollo) es inmortal. Se amontonan, mascarones de proa repletos de naufragios, en la isla de Darwin. Entre los bosquecillos de palmeras, los helechos y las verdes orejas de elefante. Una suerte de paisaje tropical. Igual que en el folleto que llevó al descalabro a esos marineros holandeses (“pagué por crucero tropical y aquí me ve, rechoncho y solitario, atribulado en medio de la lava”). Las tortugas son místicas y endémicas. Tienen nombres sagrados. Es cuestión de bucear (aletas y antifaces de carey) hasta toparse, en santa comunión, con sus almas de pan recién horneado y dejarse arrastrar. En el extremo norte de la isla hay un laboratorio. En el extremo sur, una oficina de correos y telégrafos y un par de cafetines milagrosos.

 

[Antonio Cisneros, A cada quien su animal. 2008]

 

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