Tengo una rabia arcana,
una rabia anterior al semen de mi padre,
una rabia de arena disuelta en las células de mi sangre.
Tengo una rabia hereje,
una rabia de apóstata en el exilio,
una rabia que blasfema con los ecos de mi inocencia.
Tengo una rabia que camina por encima de ogros y dioses,
una rabia que se derrumba en el llanto de los niños perdidos,
una rabia que depreda día y noche entre los cabellos de mi paciencia.
Tengo los zapatos llenos de rabia,
los botones de la camisa cosidos a la tela con rabia,
y seguramente el espejo en que me miro por las mañanas
tiene también una rabia refleja de tanto verme peinarme con rabia.
Tengo un río de rabia silente tatuado en los ojos,
un bote cargado de rabia que navega entre sus olas de rabia,
una rabia inerme que no puede nada contra mi rabia absurda de tener rabia.
Tengo un racimo de rabia sembrado en los sábados por la tarde.
Tengo una urna de rabia tendida en la sala, repleta de rabia.
Tengo una rabia sin sexo que se masturba ceremonialmente,

una rabia equilibrada y noble que no se derrite ante los pechos de la lujuria.
Tengo un cuaderno verde escrito de rabia,
una taza que me derrama la rabia en la ropa,
y lentamente las llaves de mi casa van absorbiendo la rabia lenta
con que todos los días abro y cierro las puertas.
Tengo una rabia abstracta y oblicua.
Tengo una rabia incólume y mesurada.
Tengo una rabia instinta,
una rabia obtusa que se conforma consigo misma,
una rabia indomable y libre que me camina por los silencios.
Tengo una rabia que me vomita rabia sobre la alfombra,
una rabia terca que se instila a sí misma en su terco alambique de rabia.
Tengo una rabia añeja entre ceja y ceja.
Tengo una rabia con horario de entrada y campana de almuerzo,
tengo una rabia que respeta los semáforos en la calle,
que se arrodilla en las iglesias y reza dormida.
Tengo una rabia fría que va al odontólogo puntualmente
una rabia fría que corre cien metros planos en mil segundos
una rabia fría que apaga las luces cuando es muy tarde,
una rabia fría que corrige mis cartas y las lleva al correo,
tengo una rabia fría y amable que se desvela con los enfermos.
Tengo una rabia de mar sin olas,
una rabia de vela apagada, de piano sin teclas.
Tengo una rabia colgada en las paredes del cielo,
una rabia de ángel sin alas, de infierno sin fuego.
Tengo una rabia podrida en el pan de la cena,
una rabia de mosca en la sopa, de aguja en la silla.
Tengo una rabia de piedra quebrada por la ventana.
Tengo una rabia muerta acostada en mi cama,
una rabia vestida de rosas, que huelen a rabia,
una rabia que se entierra viva por la sola rabia de tener rabia.
Tengo una rabia que no llora nunca
y que lleva siglos llorando el poco de rabia que se le muere a diario.
Tengo una rabia que me persigue por los rincones,
una rabia virulenta y tenaz que me baja la fiebre en las noches de lluvia.
Tengo una rabia de volcán asiático cubierto de nieve,
una rabia de tigre encerrado,
de cactus reseco en pleno desierto,
una rabia de viento sereno que amenaza con tumbar mis murallas.
Tengo una rabia perversa dormida en los labios,
una rabia que aún no ha eructado las sílabas de su nombre,
una rabia sin odio y sin luto, que va a destruirse a tiempo para salvarme.

 

                                                                                                                                    [Edgardo Malaver]

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