Maiastra

Homenaje a Constantin Brancusi, escultor.

La Maiastra, más exactamente Paserea Maiastra (“el pájaro maravilloso”), es un ave fabulosa de los cuentos populares rumanos, que asiste al príncipe encantado (Fat Frumos),en sus combates y en sus pruebas. En otro ciclo narrativo, la Maiastra consigue robar las tres manzanas de oro que cada año da un manzano maravilloso. Sólo un hijo de rey puede herirle o capturarle.

Mircea Eliade

...Venid del fuego sagrado, ave en espiral,
y sed los maestros cantores de mi alma...

W. B. Yeats

...Sepultado de un tajo en lo más hondo de la selva nocturna,
debajo de unas aguas que se entreabren al soplo del amor
y se cierran de golpe al roce de la piedra,
así estás, como un pájaro en exilio, en la jaula del pecho...

Olga Orozco

 

I

Restituye las voces del sueño, rompe con ellas el velo de tu muerte, su río temporal. Sí, retoma las armas, hechicera, tus enemigos nunca duermen, pero tú estás más allá de su vigilia, tu lámpara hecha con los misterios del mundo, con el polvo de grandes muertos, los inmortales que acompañan tu sombra en la rueda de Sísifo. Devuelve un rayo más potente, demuestra tu soledad en palacio, conviértela en tu capa de siete leguas. No has muerto, sólo escuchabas el silencioso trabajo de las polillas y el gusano de seda, y ahora te verán rendir las cartas de tus adversarios, los que apostaban tu caída te verán atravesar altos montes, otros reinos. Tú, la misma, tú, otra. Harás la guerra, una guerra sobre quietas nubes. Eres lo que vive y no ha vivido, lo que vivirá, lo que vivió, el ojo detrás del árbol, la manzana sobre la cabeza del primer hombre, el sueño del guardador de rebaños. Has vivido diez mil años y otros mil; todos los volcanes guardaron su magma para este momento, todos los tigres para tu única ceremonia. Renuévate, alma mía, desata los lazos que no eres. Esta es la señal que esperabas. Ángeles vendrán en tu ayuda, y si no ángeles, príncipes ultraterrenos, monstruos de altas estirpes. Eres, alma, el pájaro primordial de todas las leyendas, todas las reinas que se quedaron por nacer. Muerde el blanco de la serpiente, roba su secreto y después anúncialo, melusina de muchas bocas. Eres el árbol conjurado, la astilla que retiene un ojo de cíclope. Caravanas irán y vendrán innumerables, pero tu puerta se abrirá y se cerrará tras de ti una sola vez, para siempre.

II

Abres el libro, no de los muertos sino de los desenterrados. La reina es llevada por el aire negro, la luna a sus pies y el mundo. Densas nubes aprisionan su cuerpo blanco, un cuervo que se precipita, un grito de lechuza. ¿ Quién puede dormir? El viaje prosigue a través del espanto. Vas prendida a su cabello, corona de horror te sientes. ¿ Hacia dónde se dirige? ¿Quién la corona? Desnuda, es la tormenta que ven desde abajo, un lento castillo de niebla que avanza. No puedes desprenderte; la reina te ha sumado a su vértigo. Se deja llevar. Fuerzas invisibles hacen de su paso el ascendente de los nacimientos, de la vida que rompe sus tallos esta noche. No puedes ocultarte. Su cabello es la estela en que graba su nombre la pesadilla.

II

- ¿Por qué si sabes a dónde conduce tu camino, continúas?

- Imposible detenerse; soy el reloj de las Catedrales.

- ¿Sabes dónde terminan los relojes?

- No así el de la muerte.

IV

El ángel va a desaparecer. Entre las ramas, es casi una corteza. Sólo escucho su canto, no puedo distinguirlo. Toma la belleza de la hoja, la libélula. Me señala con el viento un punto en el que debo concentrarme. Sí, allí está con todo su brillo. Algo me enseña. En poco tiempo, podría dibujar la perfección del mundo, un siglo, lo que el dios de la montaña.
¿Y después?
Un cielo cae del árbol cubierto de hormigas. El ángel transformado, su belleza roedora, el más antiguo. También en él hay un mapa, la misma escritura pero en otro tiempo, el mensajero de la aurora en los jardines de la noche, la misma luz pero en los ojos de la muerte. - “ ¿Nada ha cambiado entonces?” - No, es el mismo rostro, el gusano que antes era estrella, una misma voz en ambas bocas. Nada ha cambiado. Salvo el momento de mirar y comprender.

V

La última vez brillabas como una flor extática en las paredes. Parecías una de ellas. Eran colonias salvajes, diminutas, terribles. Tenías ojos diversos en todas tus alas, y aunque no lo escribieras, la planta del veneno ya crecía en tu bolsa. Habías robado, estaban desnudas, pero ya nada podían reclamarte. Habías crecido, eras una mujer mayor, y los barcos que construyeron para perseguirte, no eran uno solo de tus anillos. La luna pesa sobre tu valle y te recrimina; “sólo mientras duerme el dragón;” - dices- “ soy pérdida, lo sabes; no me cubras, no me visites. Mi casa es una enredadera; en lugar de tomates cultivo arañas, y en el de las cebollas y el caldero que puede con toda realidad, escribo.”

Homenaje a M. Di Giorgio

VI

La estación estará completa en la noche de los muertos. Un faro en medio del mar y las voces de los marineros cavando en aguas oscuras. Cuántas fortalezas bajo el ojo del torbellino, allá donde Tifón abre con el brillo de sus escamas un tiempo remoto. Cuántos hombres retrocediendo siempre, volviendo a la roca, pensando en recomenzar una navegación imposible.
La estrella devorada por el pulpo, la guía en el solitario canto de las sirenas.

VII

El rey viaja en mi sueño. Conoce la sinfonía de la muerte, por eso el albatros no devora su corazón y continúa de pie, sin apenas hundirse en el bosque que le ha preparado. Toco mi flauta. Que no descubra mi asombro como en otras aves del paraíso. Que no sospeche la dulce acogida de la hechicera, su barco, el más hermoso y temible. Se hundirían sus pies, luego su cuerpo, su cabeza, y lo que está abajo estaría arriba, y el secreto, de golpe, abierto.
Mi rey herido por la tormenta, su corazón en la boca de la noche.

VIII

Apura el paso, que no llegues cuando la luna decline. La escuela de los misterios abierta por una noche. Toma un espejo y mírate largamente. No eres tú a la que miras. Hay temor en los ojos del abismo. Tu cabeza, hornillo de brujas, hierve, y las palabras, ese caldo negro y venenoso, te arrojan a las primeras visiones, las que fueron tu origen y olvidaste: flores hablando a las salamandras, raíces que gritan un sólo nombre. “Harás un altar por cada visitante, una escritura de huesos. El mundo volverá sobre ti transformado, y tu nueva casa abrirá todas sus puertas. Vigila tu sangre; será espesa y fría; subirás por ella en redes, y los ojos no tendrán otro centro que tu corazón, araña sobre la torre de lo real, hiedra que cubre los castillos de la lógica y la balanza.”
Estás despierta y no has mirado más allá del umbral. Esta es la primera lección: cómo sujetar el veneno y abrirlo en pequeñas dosis. Tintineo de laboratorio en los jardines. Lo demás es silencio, agujas entre los párpados, la campanada oscura del sueño.
 

IX

(Mira dónde apareces, sujeta al muro, entre las hendijas, tan pequeña que sólo el ojo de la poesía te percibe. Reina, los brazos abiertos en un terror mudo, y ese cuerpo transformado. Viejo licor, !permanece!)

X

Está delante de ti, detrás de tus ojos. Puedes verte cruzando el río, perdida entre antorchas. Algo está por nacer; lo llamas, le pides que hiera la superficie, no bajo la forma de un pez (su llanto no te conmueve), sino la de un pájaro que puedas celebrar. Cae la noche justo en medio del círculo; ninguno repara en su naturaleza, inmersos como están en el canto. Ha desprendido su fruto. Arriba, una extraña claridad te dice que todo ocurre bajo el agua. En el fondo, la reina abre su cofre. No puedes mirar; aunque pudieras, te rompería el oficio de creación, su brillo, ahogada en todos los nombres.
Sigue la danza entre el vacío del cielo y lo que intuyes. El milagro está por ascender.
 

XI

Señaló un bosque de huesos, hermoso y vengativo como los seres que van a suceder. “Tendrás que ser tigre, pez, ojo de agua”, y las constelaciones todas, iniciaron su ciclo de premoniciones. Huían hacia oriente, rojas, brillantes: los rostros del cíclope y el dragón, del centauro y la doncella muerta. “Este es el arriba; ocúpate del cielo subterráneo, sus ascendientes, fortunas e infortunas, sus nacimientos. La oscuridad, cómplice, sólo espera.”
Yo reuní pájaros y esqueletos; les miré largamente; escribí: “pájaros y esqueletos” ; los puse en formación. Pájaros se dispersaron, dejando su sombra entre un ejército blanco, duro como piedra de origen.
“No estarán en el libro que escribes, sólo su vuelo sobre la muerte, sólo su misterio en el rito de tu creación.”
Arriba y abajo, las constelaciones del vacío están completas.

XII

Ha tejido una enorme tela en mi dormitorio. Es extraña su aceptación. De día permanece distante, casi muda, invisible; libera insectos, aprisiona mis palabras; se diría que las pierdo, me examina en ellas mientras no estoy, y luego, es a mí a quien persigue, a mi fantasma con todos sus huesos. Me levanta, me devuelve las palabras con su voz un poco más ajenas, más sabias.
“ Es tu sueño el que sostiene mi casa; dentro de ti mi vegetación. También tú deberías buscar en mí el paraíso, el miedo, la fortuna. Sales, y afuera ninguno de mis hilos te sostiene; un rumor malsano previene tu partida.”
No hay mundo. Ni siquiera el vacío.
 

XIII

Estuviste llorando largo tiempo, y creí que tu oficio de llorar era inútil.
Un lugar junto a las plantas olvidadas del jardín parecía sensato; “déjame, déjame” o “ hay alguien que lo necesita”. Quemaba papeles para justificarlo, grandes hogueras en torno de nada. Silencios repetidos.
Ya eras grande; dibujabas el invierno como si dependiera de ti, como si porque un día decidieras secar el arroyo, un hombre arado viniera a estrujarte, a mostrarte con dolor el cráneo reseco de sus hijos, un trozo de tierra fría, el fósil de su esperanza.
“ No es tarde. Duerme por las dos. Déjame. Es verdad que dependes de mis ojos.”

 

XIV

Descanso sobre un ala de dragón que me pasea por las mismas regiones que antes había visitado. Y me digo: son las mismas. Nada en mí o en ellas ha cambiado, y la fiesta a nuestro alrededor continúa más inexplicable, decididamente ajena. Pienso en tu sombra detenida en algún bosque, sintiendo cómo una parte de ti se ha ido. Soy esa otra parte. Escribo en ese otro extremo que apenas percibes. No te ves, rompes los lazos, silencias el grito que dejaste caer sobre el polvo. Luego, no te encontrarás, al menos no con la constancia de quien ha decidido convertirse al fin en su hiedra.

XV

¿Cuánto tiempo estuviste esperándonos? La caravana tardaba en bajar, el cielo era una premonición que debíamos tener en cuenta, una fila blanca, otra roja, estábamos de acuerdo. “¿Quién abre el cofre?” Yo no, ni tú. No sabíamos que al fin, antes de atravesar el verdadero círculo, el que te trajo a la memoria, estarías reunido con todas tus piedras. Encendiste una lámpara y aún era de día, ciegos en un camino de luces; tristeza blanca, niñas muertas.
Entre los árboles te vimos señalar una tumba y poner allí tu abandono. Ninguno avanzó. Ya éramos otros. Construir una casa bajo tierra, tomarla.
Nunca fuimos los invitados.

XVI

Has visto un cristal, te obsesiona. De noche, crecen ríos subterráneos, acuden al misterio de buscar la otra parte, la del ojo, la del corazón de la lechuza. Lo crees todo, negra luna de los muertos. Aquí o allá, los buscadores de salamandras señalan el camino del conocimiento. Cómo dudar. Los cielos se multiplican y las visiones. Viejas damas salen al encuentro. Un dios no basta.
Y la gravedad de sentirlo todo, de saber que sí existían ciertos árboles, ciertos movimientos nocturnos, te saca con horror del sueño. Pero vuelve, debes volver. Aún la enredadera no entra en tu boca, ni has escuchado su secreto.

XVII

La mano que escribía fue arrojada lejos, quemada. No es posible vivir con la cerradura cuando, más allá de guardar, se ha convertido en la sombra que sufre el adentro, que lo conoce y se duele, que revienta con todas sus fluctuaciones.
“ ¿Has visto el vuelo del dragón? Yo sólo lo he imaginado. Derrota al tuyo noventa y nueve veces.”
No aciertas a escribir sobre lo blanco.

XVIII

Me has envuelto en un lino rojo después de mi muerte. Fui entregada al mar, a la tormenta, y ahora me reúnes con sabidurías tan antiguas o más, dichas por el paso del dragón. Perdóname por parecer el sueño de la emperatriz niña, su cofre de malva con este vestido de ausencia. Lago sobre lago. Un gesto basta entonces para detener mi cortejo; que no avance, que no rompa la línea, el umbral de los espejos. ¿Por qué no los cubres? Podrían ofrecerme manos que no dudaría en aceptar, paraísos secretos. “Ella es”, “Ella es”. Voces metálicas a un tiempo, brillo de espantapájaros, me llaman. No me resisto. Soy la reina. Ya que no los cubres, puedo serlo, puedo ir para que con mis huesos construyan su barco. Es lo que quise, lo que quiero. Y que después fabriquen el amor de las flautas cuando haya escupido mi corazón. !Oh, sí! , la sabiduría me cubre de peces; la imagen del mundo, mi imagen: un río. Es verdad que todo fluye.

[Memoria de Anais Nin]
 

XIX

- !Cruza el espejo!

- No, algo se rompería.

- ¿Tú? ¿El espejo?

- No, lo que dejaría atrás, lo que verían del otro lado mis ojos.

XX 

Abre un agujero en sí misma y llama en él a sus hijos, animales ocultos, los que no han dado su piel a los hombres, criaturas de distintos reinos, extraviados elementos de viejas alquimias, rostros olvidados, perdidos tras la huella de Eurídice. 
Ariath, cabeza de medusa, vuelves al jardín donde hemos sido guiados por la serpiente. No somos más tus huérfanos. Reclamas para nosotros el fruto de las Hespérides.

XXI

Entro en la fiebre. Desde mi ventana veo el nacimiento de los mares, colinas que la espuma reviste, novias muertas, sumergidas. Temo ser encontrada con esa visión, que descubran mi deseo de correr tras una legión de ahogados. El cuerpo se precipita, resplandece. Soy una con el todo; los pies me liberan del camino. Convulsa la espada, el oro del estanque. La llama va en ascenso, corta el hilo de la resistencia. Hay una mano perdida para la escritura, otra que la rescata, que sostiene las agujas del ser. No lo teje, sólo cuida de la verticalidad del sueño. No, no paro de caer. Mira esta lluvia de malva: ha encontrado otro linaje, un anticipo místico, un animal de fondo que se recuerda y nos recuerda.
Es el frío, la exaltación, la mano volcánica que te abre, y el goce.
No sueltes la flor.

XII

No es un lugar que puedas llegar a conocer, no totalmente, no con la simetría que tu ojo exige, no con la memoria que da seguridad, con la que podrías ir hablando de tu aldea imaginaria.
Cada vez que te alejas sucede lo innombrable: los muros cambian su expresión, rostros cansados que cumplen con tu tranquilidad, pero basta un descuido, un parpadeo apenas, para volver a la forma que podría espantarte, para retomar cada una de sus grietas y huir del sol de la mirada, solazarse en su oscuridad y ser lejos de ti, muralla de infinitas cabezas a la que confías tu cuidado. Aunque no tardes un minuto, todo es distinto: un desbordamiento de la madera, imperceptible, el insecto atrapado en la tela de araña. Bastará un segundo para su hambre. No lo adviertes porque también todo en ti transita; eres un pasillo recorrido que recorre a su vez otra casa, la de la realidad o la del sueño. No le des nombre al lugar que habitas y que parece tan antiguo: sólo un momento será suficiente para merecer más o desmerecerlo.

XXIII

Se empieza por buscar en la memoria, en los sueños, en las distintas formas de la luz que golpea contra el mundo. Se extiende la mirada, se contrae. He hablado tantas veces de la lejanía, de fijar un punto y caminar hacia él sin detenerse. ¿Qué harán de ese lado? ¿Quién cantará? ¿Quién abrirá un libro, cerrará otro, moverá una taza, guardará para siempre un cofre? Recordar esas ciudades invisibles, suspendidas, un hombre como pocos sobrevolando lo imposible. Una visión gloriosa por desaparecer. Todos estuvimos ahí, en la construcción de altos cristales, puentes de humo, antiguas avenidas, tiendas de color canela (no, no volverás a estar muerto, querido Bruno, has ganado un lugar en las ciudades). Sigo allí, sostengo un hilo que me lleva a galope; sigue, sigue, !qué larga la travesía! Mi boleto cuesta lo que tres viajes. Primero una calle ancha, iluminada, fragor de transeúntes, fantasmas, después un espasmo, faroles, las plazas con sus recintos.
Cada tiempo, alguien reinventa las ciudades, las que amó, las que imaginó. Somos ese tiempo. Es nuestro turno.

                                       Memoria de Bruno Schultz e Italo Calvino

XXIV

Hoy encontré mi rostro entre lo muerto; lo guardé con espanto ¿existes? y he salido en busca de un símbolo mayor. ¿Acaso sabes quién lo ha dibujado? ¿para quién? ¿sabes lo que significa? ¿cuánto estuvo allí esperándote? ¿quién dijo por primera vez la palabra y creyó que era su destino, el destino de otros? Busco hasta volverme amarga, hasta no distinguir lluvia de sol, y apenas tengo unos pocos nombres escritos, y los pronuncio y acuden bajo formas fantásticas; pero me dicen que hay más, entre las piedras, bajo los huesos, que los han visto esconderse entre las copas de los árboles, y yo subo, subo hasta en sueños y agito las ramas. No me mires, con todo esto no soy lo bastante hermosa para agradarte, y en mi cesta ni siquiera llevo lo suficiente.

XXV

Nacen de la ventana, no del “otro lado”, que no existe, sino de la ventana misma, de su borde filoso. Se extienden. Son el bosque presentido. Crecen para mí que las espero. En el mundo, ningún laberinto las pierde; sobrevuelan, tan sencillas como son, incluso las palabras. Comprendo el fervor. Vienen a morir en mí, o a nacer nuevamente, yo, que soy la hermana gemela de su madre, lo más cercano a su brillo, la negación del “otro lado” de la casa.

XXVI

Siempre jugaste a las visiones, a la vida tal como no podía suceder, o como podía, aunque no se reunieran los elementos. Ir, volver, un viaje que dure lo que la consumación de una muerte. Te gustaba la exactitud: debían decir algo y lo decían, la pérdida sería grande y tú arrancabas el último árbol de sosiego. Irremediable, como querías que fueran todos los extravíos. Imaginabas muertes, te deleitabas. Esa era la atmósfera, el aire de las desapariciones, ahí querías llegar.
¿Te dueles?
No, sólo canto.

XXVII

Miro hacia mi rostro como si hubiera estado afuera mucho tiempo, y de pronto frente a él, su puerta cerrada nuevamente. Adentro el mismo cuarto, los tenues elementos del vacío. Sé de cajones mágicos, de músicas descubiertas en el brillo de las telarañas. 
Hago un trazo en la pared; estoy en el instante mismo en que se cumplen todas las ceremonias. Una hermana sale a mi encuentro, traza otro signo, sonríe, se diluye, queda en el aire del dormitorio que prepara mi estadía. Me concentro en el punto de mayor oscuridad, en el que la noche ampara sus bestias. Dos escrituras, la mía y la de mi hermana, sostienen la atmósfera de este cuarto que va sobre el abismo como un barco fantasma en un mar nocturno. Oigo el canto de las sirenas, distingo el resplandor de las tempestades. Todo ocurre dentro de mí, soy el equívoco de estas paredes que por un momento creyeron ser lugar de resguardo. Nunca entré. Siempre estuve afuera de mi rostro espiando por el ojo de buey. No creas lo que he contado: todo lo imaginé a partir del humo que sale de la estancia.

XXVIII

Su belleza pastorea el paisaje. Redonda, blanca, y abajo los grillos son sus criaturas, comandan ejércitos, nos asisten con sus voces: “Tú, enciende el lugar de las revelaciones, de los juegos que hilan ángeles con sus ruecas, de los hombres que se convierten en árboles; y tú, fabrica flautas con los huesos que encuentres hacia el mediodía; princesa triturada en el mortero de los magos, a ti te corresponde dibujar una casa y recibir en ella a extraños visitantes; y tú, la más alta, rodea el jardín para que no despierten; y vosotras que tenéis por ojos las palabras, recorred sus laberintos, cavad en la flor hasta desaparecer, hasta encontrar en ella el verdadero bosque.

XXIX

Fija en la profundidad del lago, no adviertes la huída. Se ha llevado puertas y paredes, lo que habías puesto bajo su sombra para protegerlo de la tempestad, 
libros y ortigas. Pero tú sigues absorta, como esperando.
Un día, la casa extraviará el camino y cantará para que vayas a su encuentro nuevamente en el bosque.

XXX

Música de las edades. Pasillos de tierra blanda donde se hunden los pies, libros que se abren con una armonía secreta. Estoy sola en el gran laberinto, se levanta la niebla de las noches monacales. ¿Dónde el canto? ¿Dónde la sabiduría de las piedras? Vigilo el estado de la luna, el crecimiento de su rara naturaleza. Vendrán. Pasarán. Ceniza de otro tiempo, reconstruida. Vírgenes y súcubos en caravanas nocturnas, al fin vueltas a encontrar entre los frascos. Ruido de alcoholes. Pasan. Éxtasis de voces. Una tras otra aguijonean las puertas de los santuarios. Ningún rostro iluminan las antorchas. Estoy dentro del canto, llevada por un bosque de reinas, hijas de la flor, sombra del único jardinero.

Memoria de Hildegard Von Bingen

[Lucía Estrada]

| entrada | Llibre del Tigre | sèrieAlfa | varia | Berliner Mauer |