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[Benjamín Prado]
 

Aparcados junto al océano
-El Ganges era lento y el Mississippi oscuro;
4 de octubre en el Landmark Hotel
Fragmentos de un jardín (II)
Algo como la noche en un embarcadero

 

 
Aparcados junto al océano
busco palabras dulces como la sombra de los árboles.
Mis ojos son los bosques.
La llegada del agua es un largo sueño.
Todas las cosas tienen la forma de mi mano.
Las ventanas se encienden. Algunos hombres miran
la oscuridad, saben lo que desean
pero no saben lo que necesitan.

El cielo quema. Hopkins
mira caer la nieve en los bosques nocturnos,
Robert Lowell mira desde un taxi las luces de Nueva York.
Aparcados junto al océano
nuestras palabras eran
las olas y el castillo contra el que dan las olas.
Palabras dulces, algo que no puedas
entender ni olvidar.

Vemos pasar los ángeles de Milton
y los cisnes salvajes de W. B. Yeats.
Al final del poema está la muerte.
Ángeles parecidos a la luz de un incendio,
cisnes como la sombra de los bosques.

Mi padre conducía siempre coches usados.
Los domingos, casi de madrugada,
cruzábamos despacio la ciudad: calles frías,
letreros encendidos, casas oscuras.

Los que dicen -escribe Paul Celan- la verdad
expresan sombras. La primera luna
es del tigre -decía Pound. Los días
eran largos, pero la vida es corta.
Mi padre buscaba estaciones de radio.
Yo veía las torres de la luz, el cielo
extraño de las fábricas.

La lentitud de los poemas mueve el agua de la mano.
Las palabras de ahora
arrojaban su sombra como un jardín
parece el movimiento oscuro de los cuerpos dormidos.
La sombra de un jardín es el silencio.

Aparcados junto al océano,
vi una estrella caer entre las luces rojas de la costa y pensé en mí.

Cierro el libro: como animales, como redes,
las sombras se retiran. La ventana
que ilumina el abismo, es también el abismo.
Busco palabras como la luz que sube desde el frío
de la noche al sonido azul de las palmeras.
El poema es una fuente: hundo
en él la mano, el agua pone anillos en mis dedos.
El poema es un cuerpo: lo acaricio,
la humedad de su piel deja en mi mano
un animal vacío.

Aparcados junto al océano
no hay palabras hermosas igual que enredaderas,
luces con corazón de leopardo en el oro de los parques;
no hay libros más hermosos que la vida.

Aparcados junto al océano
la noche es el libro; la muerte, una manzana.

[Cobijo contra la tormenta en Ecuador (Poesía 1986-2001) Hiperión, Madrid 2002 ]

Δ

-El Ganges era lento y el Mississippi oscuro;
uno se parecía a las panteras
y otro a los ojos de un soldado herido.

Mi padre usaba palabras hermosas igual que la nieve.
Palabras como la nieve que se oculta a sí misma.
Los bosques destilaban pájaros tropicales,
el Amazonas era la sombra de los tigres,
el Sena
             comenzaba en las campanas
y en el Hudson morían las palomas.

Yo estudiaba los ríos.
Mi padre,
envuelto en humo,
hablaba de esperanzas y de escombros,
de la lluvia inocente sobre el hombre culpable,
del puñal enterrado en la arena de los números,
del sol vacío que entra en la casa del muerto.

La luz del televisor se extendía por la habitación.

En el Ebro, flotaban duros montes de estaño.
En el Guadalquivir hubo torres de oro.
En el Nilo brillaban las pirámides.

Nuestros cuerpos teñían de rojo la luna.

[Asuntos personales en Ecuador (Poesía 1986-2001) Hiperión, Madrid 2002]

Δ

4 de octubre en el Landmark Hotel

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas. Y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.

Y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.

[Cobijo contra la tormenta en Ecuador (Poesía 1986-2001) Hiperión, Madrid 2002]

Δ

Fragmentos de un jardín (II)

Un coche: el lento
oleaje de un tigre
salta el cercado.

Está el aroma
en la flor y no está:
luz sobre un vidrio.

El alba deja
los bosques planteados,
la luz vacía.

Mira las rosas
que la luna ha encendido,
más que a la luna.

Corta la flor
y que la noche caiga
sobre la noche.

[Asuntos personales en Ecuador (Poesía 1986-2001) Hiperión, Madrid 2002]

Δ

Algo como la noche en un embarcadero
(Jaime Gil de Biedma 1929-1990)

Cuantas veces, leyendo,
de repente sentimos
la sensación de huir:
es algo parecido
a esa seguridad con que identificamos,
sin saber bien por qué, la lentitud
de un tigre en movimiento y el oro de los ríos.
Figuras solitarias, alternativamente
nítidas y borrosas, lo mismo que edificios
iluminados por una tormenta. 
Aunque al final nos encontramos siempre 
cara a cara con nosotros mismos.

Hoy he venido a hablaros de Jaime Gil de Biedma.
y de todos nosotros, por supuesto.
Me pregunto,
en medio de estas horas
dudosas, me pregunto si queda todavía
una historia suya a la que parecemos.

Algo hemos aprendido: a no usar nunca,
nunca jamás el juego de hacer versos 
para jugar con nuestros sentimientos;
también a ser infieles: la traición
obliga
-como dice ;
Catulo- a querer más y apreciar menos;
y hemos aprendido que ser inteligente
hace sentirse un hombre
envenenado por sus propios médicos.

No hay nada más. Acaso
sería dulce compartir las tardes
mediado el mes de junio
                                       y sus secretos.
Que luego estaba el personaje a solas
consigo mismo, en cuerpo
y alma, ligeramente
irreal -demasiado similar a sus versos-
y su conversación:
algo como la noche en un embarcadero.

Así recuerdo a Jaime Gil de Biedma
aquel verano sobre todo --el último
de nuestra juventud, igual que en su poema.
Los pinares
movían,
muy despacio,
una gama de verdes con ritmo de bandera.

[El corazón azul del alumbrado en Ecuador (Poesía 1986-2001) Hiperión, Madrid 2002]

Δ

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