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Mensaje del poeta palestino Mahmud Darwish
ante la delegación del Parlamento
Internacional de Escritores
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El 24 de marzo de 2002, una delegación de escritores miembros del Parlamento
Internacional de Escritores (PIE) llegó a Ramallah para solidarizarse
con la Nación secuestrada. Son ellos Wole Soyinka (Nigeria), José Saramago
(Portugal), Russell Banks (EU), Breyten Breytenbach
(Suráfrica), Bei Dao (China), Juan Goytisolo (España), Vincenzo Consolo
(Italia) y Christian Salmon (en calidad de Director del PIE). El poeta
palestino Mahmud Darwish les dio la bienvenida en la sede del Centro
Cultural Sakakini de Ramallah con estas palabras.
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"Es un placer y un honor para mí daros la
bienvenida a esta tierra en esta primavera sangrienta, una tierra que
suspira por su antiguo nombre: la Tierra del Amor y de la Paz. Vuestra
valiente visita en el transcurso de este cerco monstruoso constituye en sí
misma una forma de romper ese cerco. Vuestra presencia aquí hace que ya no
nos sintamos aislados. A través de vosotros, nos damos cuenta de que la
conciencia del mundo, que con tanto honor vosotros representáis, sigue viva,
de que es capaz de protestar y ponerse del lado de la justicia. Nos habéis
confirmado que todavía tenéis un valioso papel que jugar en la batalla por
la libertad y la lucha contra el racismo. La responsabilidad sobre el
destino de la Humanidad no puede expresarse únicamente por medio del texto
literario. En situaciones de emergencia y calamidades humanas, el escritor
busca el papel moral que le corresponde jugar mediante otras manifestaciones
públicas; un papel que consolida su propia integridad literaria y moviliza a
la opinión pública alrededor de valores más elevados, de los cuales el más
importante es la Libertad. Esta es la lectura que hacemos del noble mensaje
que nos habéis transmitido hoy: un mensaje de compasión y solidaridad. Sé
que los Maestros de la palabra no necesitan ejercicios retóricos ante la
elocuencia de la sangre. Así pues, nuestras palabras serán tan simples como
nuestros derechos: hemos nacido en esta tierra, venimos de ella. No
conocemos otra madre, ni más lengua materna que la suya propia. Cuando nos
dimos cuenta de que ésta es una tierra con demasiada historia y demasiados
profetas, comprendimos que el pluralismo es un espacio en el que todo cabe,
y no una celda; entendimos que nadie tiene el monopolio sobre la tierra,
sobre dios, o sobre la memoria. Sabemos también que la Historia no es ni
justa, ni elegante. Pero nuestra tarea en cuanto que seres humanos consiste
en humanizar la Historia, puesto que somos, simultáneamente, sus víctimas y
su creación. Nada es tan evidente como la verdad y el derecho palestinos:
este es nuestro país; este pequeño trozo de tierra es parte de nuestra real
y en absoluto mítica Patria. Aunque cuente con todos los títulos de derecho
divino que quiera atribuirse para sí, la ocupación es una ocupación
extranjera: dios no es una propiedad particular. Hemos aceptado las
soluciones políticas basadas en el principio de compartir nuestras vidas
sobre esta tierra dentro del marco de dos Estados para dos pueblos.
Simplemente, exigimos nuestro derecho a vivir con normalidad, dentro de un
Estado independiente en el territorio ocupado desde 1967 (incluyendo
Jerusalén Este); exigimos una solución justa al problema de los refugiados y
la desaparición de los asentamientos coloniales. Éste es el único camino
hacia la paz que pondrá fin a este círculo vicioso de violencia. Nuestra
situación actual es más que evidente: no se trata de una lucha entre dos
formas de existir, tal y como le gusta decir al gobierno israelí (o ellos, o
nosotros). Se trata de acabar con la ocupación. La resistencia frente a la
ocupación no es solamente un derecho. Es una obligación nacional y humana
que nos transforma, llevándonos de nuestra condición de esclavos a un estado
de libertad. El camino más corto que puede poner fin a los desastres que
están por venir y conducirnos a la paz pasa por liberar a los palestinos de
la ocupación, y liberar a la sociedad israelí de la ilusión de que puede
controlar a otro pueblo. La ocupación no se conforma con privarnos de las
más elementales condiciones de libertad. Al declarar una guerra constante
contra nuestros cuerpos y nuestros sueños, contra nuestra gente y nuestros
árboles, y mediante la práctica de crímenes de guerra, nos priva también de
las bases más esenciales que nos permitan vivir dignamente como seres
humanos. La ocupación no nos promete más que un sistema de apartheid y la
derrota del alma frente a la espada. Sufrimos, sin embargo, una enfermedad
incurable: la esperanza. La esperanza que tenemos puesta en la liberación y
la independencia. La esperanza de llevar una vida normal en la que no seamos
ni héroes ni víctimas, de que nuestros hijos puedan ir seguros a la escuela.
La esperanza de que una mujer embarazada pueda dar a luz a un bebé con vida,
en un hospital, y no a una criatura muerta frente a un puesto de control del
Ejército. La esperanza de que nuestros poetas puedan ver la belleza del rojo
en una rosa, y no en la sangre. La esperanza de que esta tierra recupere su
nombre primigenio: la tierra del Amor y la Paz. Gracias por ayudarnos a
cargar con el fardo de nuestra esperanza."
Palestine Media Center/Traducción CSCAweb/Vía Diario de Urgencia
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