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XXIV Tus dientes brillaban en la oscuridad, más abajo del enigma de tus ojos entrecerrados. Sólo un cuerpo puede morder nuestras almas. Y el mundo es tan poco real para la sed entera. Por eso el tigre se paseaba sin paz, yo lo oí rugir en el palacio vacío de las interminables noches. [H. A. Murena, Una corteza de paraíso (1951-1979),
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