Borges y yo

Borges y yo nos soñamos en un tiempo quizás ido,
zozobrantes por el ruido de la lluvia y sus reclamos.
Borges y yo nos odiamos en páginas casi muertas, tomando
rosas inciertas del jardín que bifurcaba.
Borges y yo ante la aldaba de alguna ciudad sin puertas.
Él que fue esa lluvia de oro, daba sus palos de ciego: Chuang
Tzu, mariposa luego, Ulises sin más decoro que aceptar su
propio azoro, la llanura, el asesino, una estatua en el camino,
entrampamientos de cal, el tigre vasto y fatal, su marasmo
repentino.
Yo le busco en la escritura, tardía forma en que asoma y se
escapa en la paloma dejándonos la espesura.
Yo le busco en la blandura de Buenos Aires, traduzco su pecho
lujoso, brusco entre imágenes macabras, malabar de las
palabras. Yo le busco. Yo le busco.
Borges y yo larga ausencia.
Borges y yo torpes ojos.
Borges y yo qué cerrojos.
Borges y yo cuál demencia.
Borges y yo vil dolencia.
Borges y yo un ajedrez.
Borges y yo su avidez.

Borges y yo fiero puño.
Borges y yo fiel rasguño.
Borges y yo desnudez.
Él pedía alguna gracia, soplaba el viento de averno y era
Borges tan eterno, tan Borges, tan su falacia. La intemperie
que se espacia lo vuelve un ciego perfil, lo confina a un tiempo
hostil que llamarán la memoria, como lluvia provisoria
rompiéndose en el cantil.
Yo fui aquel pez de Agrigento y el hombre que lo recuerda,
la cicatriz a su izquierda, el mar temeroso, lento; el tajo
en la noche, aliento del azul en su impostura, para amansar
la locura el naufragio por estampa, digamos que fui una trampa,
ficciones, literatura.
Borges y yo, la sospecha de transcurrir en los días repasando
melodías con el alma más deshecha.
Borges y yo, siempre acecha si el organillo prohíbe. No sabemos
ya quién vive o quién muere de los dos, mas descubrimos
a Dios que sin ojos nos reescribe.

 

 

[José Manuel Espino Ortega]

 

          

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