Los haladores

Por los cantiles de agudas rocas,
los pobres haladores sirgan inmensos cabos negros.
Los pies descalzos, las espaldas desnudas,
devoran el arroz mojado en el agua del río.

Los jinetes del norte, cubiertos de armaduras, se amparan de las barcas
para cruzar los escollos del fondo.
Llevan gallinas, puercos, bueyes y hasta vino,
pero les hacen falta miles de hombres para halar los barcos.

El temor vuelve activo al subprefecto.
Antes de que lleguen, cerca del río, convoca a los haladores
y los retiene prisioneros dentro de un templo antiguo.
Con soldados o no, igual van a morirse de hambre...

A lo largo del río, la arena que se derrumba, la roca que estalla
hacen pensar en los clamores de los monos amenazantes. 
Después del descenso de las aguas de otoño, llegarán las crecidas de las primaveras,
saldrán los dragones de las grutas de la orilla, tigres y leopardos aparecerán en los acantilados.
Los barcos sirgarán al son de címbalos y de tambores,
aparecerán jubilosos el Genio y la Dama del río.
Los resignados haladores sirgarán con dolor
medio muertos bajo el palo y el látigo.

Y no habrá compañero capaz de llorarlos, 
pues nadie llora por los que caen en las orillas. 
Desde que se va hacia Yueh, en el sur,
¡cuántos ya han mezclado su sangre a la corriente de los ríos bárbaros!
Las cuerdas no se rompen, pero sus corazones se quiebran.
Hasta el impasible río parece rodar sollozando.

[Shih Jun Chang, en Rafael Alberti y María Teresa León Poesía china, Visor, Madrid 2003]

 

| entrada | Llibre del Tigre | sèrieAlfa | varia | Berliner Mauer |