Gracias, señor de mi amor, por no saberlo y decirme que no lo sabes, que no. Mi amor, el pobre, no pide más que ese no. ¡Si vieras cómo era mísero y triste temer que supieras que sí, que el silencio hubiera de oírse como fallo sin apelación, como testimonio infalible de la verdad! Pero así, que no sepas si mueres o vives le basta a mi amor, y agradece lo que callando le dices. Con que no sepas le basta. Que ya no espera o persigue verdad del amor ni que alguna le dé un «Te quiero» y lo firme por siempre jamás: le contenta y la cara se le sonríe si alguna le dice «No sé»: tras el «no» palomas y tigres, delfines y lirios se abren y libres vuelan. Así que gracias, señor de mi amor: con lo que me niegas me hinches, rico de ti y feliz donde hubiera amores felices. Tú no lo sabes, y basta. Ya más no quiero pedirte, por no enojarte de nuevo y perder lo poco que diste, que es ya tanto. Que tú no lo sepas deja ya libre cualquier sin rumbo en el mar y cualquier ventura posible. Gracias por no saber: tu no saber me redime a mí de saber. Quizá estés muerto: quizá se averigüe al fin que ese verbo tenía sentido y lo inconcebible era verdad. Pero ¿qué?: si ni tú lo sabes y dices (¡gracias, señor de mi amor!) que no y que no, ¡que me quiten ya de seguirte queriendo y de no saber si recibes mi amor o si no y si me quieres o quieres ya que te olvide! Basta con eso, señor de mi amor, y gracias a miles del «no» que me das: él era tu vida: con él mis humildes vilanos de amor remontan el vuelo a un cielo sin lindes. [Agustín García Calvo, Relato de amor] |
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