Amor niño | ||
Hay
muchos que se figuran que el amor no más existe para los hombres de veinte y las mujeres de quince; pero tendrán por sabido, los que su infancia analicen, que hay Abelardos de doce y Eloísas de ocho abriles. De carrillos amasados con guayaba y alfeñique en cuerpos de pomarrosa, manos y pies de jazmines, eran Pepe y Carmencita los dos niños más gentiles que en un mismo hogar crecieron, él, arcángel y ella, virgen... ¡Qué comunismo tan dulce de travesuras y ardides, de cantos y de juguetes, de besos y de confites! Asordan la casa a gritos y, corriendo hasta rendirse, como tienen para verse corazón y ojos de lince, se pasan el santo día, por alcobas y jardines, más jugando al encontrarse que jugando al escondite. Amor ejerce en los niños atracción irresistible y, aunque en ellos no se nutre de aficiones baladíes, sino de sueños y flores que en el alma echan raíces, amor es, al fin, que en ellos, como en los hombres, reviste sus eternos caracteres de avaro y de susceptible... Así es que al niño, ante el beso que en las mejillas imprimen de la niña, los amigos de la casa, al despedirse, se le llenaban los ojos, fieros tanto como tristes, de lágrimas trasparentes y de miradas de tigre! Mas del beso aquel borradas las impresiones hostiles con las dulzuras de otro que él de su Carmen recibe, después de pasar el día en cariñoso palique, aun se les oye en el lecho... durante el sueño sonríen... a la mañana, despiertan él, arcángel, y ella, virgen! ¿Quién habrá que, registrando sus memorias infantiles, de una Carmen, como aquella, no halle la inocente efigie?... Hay muchos que se figuran que el amor tan solo existe para aquellos que, al principio de este romancejo, dije. Yo, que no alcanzo a los veinte y que a más de veinte quise, sé, atendiendo a mi experiencia, que el amor, niño sublime, solamente en almas niñas en paz con el diablo vive, manteniéndose de sueños, como el canario de alpiste y el zumbador de mi tierra de claveles y alelíes. Bien hiciera el Poderoso creador de cuanto existe (sin que esto sea ponerle los puntos sobre las íes) de mundos en miniatura echando en las superficies humanidades de niños, repúblicas juveniles, en donde, por fuerza, todos habrían de ser felices, ¡casándose a los diez años y muriéndose a los quince! [José de Diego] |
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