Teotihuacan | ||
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías. Jorge Luis Borges Viendo desde ojos ciegos la sombra diagonal del mítico tigre de las pampas ingresa al enigma.
El bastón incierto explora paso a paso ideas o formas, anchas avenidas donde una vez hubo horror y pompa.
En suspenso toda percepción, felino inmaterial, acecha.
Tras la farsa de los siglos su crepúsculo de cuencas vacías no le impide vislumbrar cierta patética repetición de gestos y símbolos.
Teme que una vez más la literatura borre la vida.
Quiere sentir lo que sintieron hombres cuya sangre nunca tuvo en mucho, ser digno de esas ruinas cuyos creadores ignoramos, confirmar que todos fuimos de algún modo Tebas.
Se atreve a soñar que tal magnificencia fue algo más que un juego para matar el tiempo y ocupar esclavos.
Escéptico, descree de teorías y religiones, transita un tiempo que no lo toca pero en él se reconoce.
Lo rodea una muda geometría de aire y piedra, el fluir intemporal del río seco, ruidos de tepalcates y ajetreo de ofrendas.
Recuerda quizá una charla con Alfonso Reyes, una lectura de Ifigenia junto al Río de la Plata.
No le importan los costos de la historia, sus tristes moralejas de víctimas y verdugos.
Evoca entonces una imagen perdida en un cine de Lavalle, cuando el deshielo se tragó la batalla y ambos ejércitos se hundieron, pesados de armaduras, escudos y caballos.
Príncipes y lanceros de Alejandro Nevsky yacen en el fondo de las aguas junto al enemigo.
Esta vez la asamblea de espadas que citaban en sus kenningar los antiguos islandeses no alimentó a los cuervos.
El moroso, lento sumergirse de los hierros, repite su lección.
Rusos y escandinavos, indios, conquistadores, godos y gauchos, se mezclan en un vago y sangriento teatro de epopeya.
La clave quiere ser estética.
[Eduardo Lucio Molina y Vedia]
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