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[Salomón de la Selva]

 

Himno a Apolo
Verano

 

Verano
Llamas de ciudad en incendio,
llamas amarillas como puntas de oro,
llamas como pétalo de orquídeas,
llamas como lenguas de tigre,
llamas que lamen el viento,
llamas que se alzan del tizón y vuelan
y se consumen en el aire,
llamas sonoras,
como latigazos,
como quejidos,
como caricias,
como alaridos.
¡Mi corazón estalló en llamas!

Δ

Himno a Apolo

1

Y AHORA, Apolo, para ti un himno.
¡ Tu solo nombre es canto!
Te invoco, hijo de Zeus, y me parece como
si una llama de música me iluminara el labio.
Te place, en el palacio de los dioses,
alzar la lira de oro, de mil cuerdas:
nota a nota, pulsándola,
marcas los pasos de las divinas Piérides
que jubilosamente, coronadas de oro,
coronadas de rosas, de violetas,
con pies desnudos danzan.
Oyéndote el águila se duerme,
las estrellas se asoman a la casa de Zeus,
se asoman los luceros, el mismo sol se asoma:
tú les enseñas a danzar.
¡ Tú nos enseñas que el universo es danza!

2

Y OTRA cosa te place: te recreas mirando
la perfección del cuerpo humano:
lo bien moldeado de la cabeza,
puesta con qué donaire sobre el plinto del cuello
que la sostiene como a pie de columna;
y lo maravilloso que es el cuello mismo
cuando el hombre alza el rostro
para mirar al cielo,
y cómo surge, cómo se levanta,
sobre los hombros;
y los hombros, de músculos dispuestos
para que el hombre pueda abrir los brazos
mejor que abren las alas
para volar los pájaros:
y esa otra maravilla incomparable
que son las manos: ¡tú las guías
si escriben, tú las guías si esculpen,
tú las enseñas a danzar, Apolo,
cuando construyen;
tú les infundes alma
cuando acarician!
¡Y qué bello es el torso,
cómo esplende de planos y de líneas,
y con qué simetría y qué aplomo descansa
sobre el milagro de las piernas;
y en las piernas, Apolo, qué riqueza
de arquitectura, y qué divina
mecánica en los pies: sólo el hombre anda
como los hombres, sólo el hombre corre
como los dioses, y en la carrera, Apolo,
qué equilibrio
perdido y conquistado a cada instante,
por lo que te deleitan
las carreras como las danzas;
y cuando corre el hombre
su humanidad en toda su grandeza
se manifiesta!

3

¿A QUE decir cuanto hay de maravilla
en el variado mundo? Nada se compara
en perfección al hombre, ni los árboles,
ni las fieras, ni las aves,
por más que lo superan
en agudeza de visión el lince,
y el perro en el olfato,
y el tigre y el león y la pantera
en fuerza bruta: el hombre los domina,
los coge en trampa; le pone yugo al toro
y la cerviz le humilla;
laza al potro y lo monta;
blande el hacha y a su filoso golpe
como a golpe de rayo
cae con estrépito el roble;
el hombre doma al mar, sobre su lomo
rasga las olas y hace esclavo al viento;
quema la leña, quema el carbón de hulla,
quema el aceite y hace esclavo al fuego;
día a día domina
fuerzas mayores, fuerzas más recónditas,
y ahora, Apolo (¡tú le enseñaste números,
tú le enseñaste letras,
tú lo hermanaste con las Musas,
hijas de la Memoria!), no la ha robado, tú le diste
(¡con lo que superaste a Prometeo!)
la fuerza del sol mismo: él la tiene en las manos,
cogida como cogía Hércules
a los leones salvajes,
por la melena en llamas.
Y los tímidos tiemblan, los ateos suplican,
¡ se envanecen los malos!

4

EN DELFOS (¡no en Corinto como creyó Bolívar
que en ti, no en Afrodita ni en Poseidón, pensaba,
ni era conquistador!) tú juntaste a los griegos:
nada suyo era extraño a tu cuidado
fuese del orden de las gentes
en su solar antiguo o en sus colonias
o atañese al hogar o al individuo.
Pastor de pueblos y rector de repúblicas,
suavizador de leyes rigurosas,
amansador de las salvajes Furias,
maestro de mesura y de clemencia,
te apiadaste del hombre que es efímero
y en plena luz se ciega
y en lo oscuro no ve y en vía plana
con su sombra tropieza y cae, ¡ peca!;
proclamaste el perdón al delincuente
tras la expiación del crimen
cuantas veces pecare (¡purificaste a Orestes matricida!),
aboliste el castigo hereditario,
enseñaste que no la sangre lava
la sangre derramada, no la violencia
domina al odio o sojuzga a la ira,
ni la venganza repara daño alguno
sino que engendra venganzas infinitas;
y tú fuiste el primero
que rompió las cadenas del esclavo,
menos por compasión que por justicia.
¡Compréndante los pueblos y celébrente!

5

EN CUANTO a mi, Apolo, ¿si no ahora,
cuándo he de creer en Dios y de tener confianza
en Su sabiduría, y en que guía al hombre;
y en que el Bien vence al Mal, pese a todas las fuerzas
del Mal, por Su designio? Si esa fe es falsa,
si no hay ni Dios, ni justicia divina,
ni es eternal la vida del espíritu
individual, y el hombre es accidente
o incidente (lo mismo
que la ameba y los virus y los saurios y los murciélagos),
entonces, ¿qué más da que el hombre se extermine?
¡Habrá una bestia menos, así sea la bestia
más hermosa!
Pero digo mi credo: yo confío en el hombre
porque confío en Dios que le ha dado conciencia
y lo ha dotado de alma inmortal, y lo hizo
a Su figura, y día a día
más a Su propia semejanza lo acerca,
y con el sacrificio de Su Hijo lo redime.
¡ Sea para la libertad, Apolo, sea para la gracia
de una vida mejor, de una abundancia generosa,
de una paz de igualdad para todos los pueblos,
y para la abolición de la miseria!
Y digo mas: si Dios no los perdona,
¡ llueva sobre los malos el diluvio
de flechas incendiarias con que tú mismo, Apolo,
castigaste a Labdaco! Se salvarán los justos;
mas sea como fuere,
mejor quiero morir como hombre libre
(¡la lección de los siervos de Atenas
muertos en Maratón, esculpida
en las piedras de Delfos!)
que vivir como esclavo
presa de cobardía.

6

TÚ QUE cuadriga riges de caballos flamígeros,
lleva mi canto, Apolo, a la encendida tierra
donde el Izalco (¡Etna de América!) alza
faro de fuego (¡caro a Píndaro,
caro a Prometeo!).
De todas las naciones, ésa es la única
que quiso darse al Salvador del Mundo
en nombre como en alma.
¿Dónde mejor que allí puede mi grito,
clamor de libertad, elevarse en incendio
para calor de pueblo y luz de patria?
Y pues allí Centroamérica unida
tiene su corazón, esté también el mío:
¡ yo se lo entrego!

Δ

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