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[Roque Daltón]

 

Hora de la ceniza
Severa voz de cuna
 

 

Hora de la ceniza
I

Finaliza Septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.

Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

siento deseos de reír
o de matarme.

II

El cínico
Claro es que no tengo en las manos
el derecho a morirme
ni siquiera en las abandonadas tardes de los domingos.

Por otra parte se debe comprender que la muerte
es una manufactura inoficiosa
y que los suicidas
siempre tuvieron una mortal pereza
de sufrir.

Además, debo
la cuenta de la luz...

III

Odiar al amor
la luna se me murió
aunque no creo en los ángeles.
La copa final transcurre
antes de la sed que sufro.
La grama azul se ha perdido
huyendo tras tu velamen.

La mariposa incendiando
su color, fue de ceniza.

La madrugada fusila
rocío y pájaros mudos.
La desnudez me avergüenza
y me hace heridas de niño.

El corazón sin tus manos
es mi enemigo en el pecho.

IV

Mi dolor
Conozco perfectamente mi dolor:
viene conmigo disfrazado en la sangre
y se ha construido una risa especial
para que no pregunten por su sombra.

Mi dolor, ah queridos,
mi dolor, ah querida,
mi dolor es capaz de inventaros un pájaro,
un cubo de madera
de esos donde los niños
le adivinan una alma musical al alfabeto,
un rincón entrañable
y tibio como la geografía del vino
o como la piel que me dejó las manos
sin pronunciar el himno de tu ancha desnudez de mar.

Mi dolor tiene cara de rosa,
de primavera personal que ha venido cantando.
Tras ella esconde su violento cuchillo,
su desatado tigre que me rompió las venas desde antes de nacer
y que trazó los días
de lluvia y de ceniza que mantengo.

Amo profundamente mi dolor,
como a un hijo malo.


V

Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas,
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz, tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
Ha terminado la hora de la ceniza para mi corazón.

Hace frío sin ti,
pero se vive.

Δ

Severa voz de cuna

                                             "Tú también, hijo mío"

Serás de piedra o leche?
Serás de leche o piedra?
Serás de piedra y leche!
Sí.
Tienes que serlo para mis selvas nobles,
para mi polen convocado,
para el acero
que se ha echado a crecer
desde mi antigua desesperación.

Hermoso desarrollo
tan alejado de los objetivos abismos,
hijo y arcángel popular entre mi sed:
Te digo con la mano familliar
de los altos caminos acechantes e impávido
que cual la ingratitud de las palomas
y el anatema tácito de las irresolubles lágrimas
se quedan circulando en tu futuro,
exacto y retador.

(Serás de piedra y leche?
Tienes que ser de tormentosa miel,
tigre y desamparado!)

Te digo,
y no por padre lógico y común,
que es, a lo más un horizonte de sillones desvelados,
de apresurada angustia
y hogazas dulces colectadas
para una paz mensual,
te digo,
quizás atroz, humana, óseamente,
la útil palabra que me basta y sobra
para donar mi sangre clandestina
a todo el que me viene
desde el amor del hombre:
"Compañero total, caminaremos
hasta la música y el pan".

Sí, niño, sí, que me despiertas
con alas aborígenes y besos sencillísimos,
serás conmigo
desde la llama y la pequeña construcción,
desde el primer echarse a andar auténtico,
desde, aún, el dolor incorporado
al gran sistema de la vida.
Te espero
y canto...

                                                                               [La ventana en el rostro]

 

Δ

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