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[Hugo Caamaño (Córdoba, Argentina , 1923-)]

 

El amor en las calles

Los paraísos industriales

Hominidae

 

El amor en las calles
Capital, Buenos Aires. Cielo bajo.
Ay, ¿no me oyes, amiga, esposa ajena,
tornasolada cuerda del deseo?
El día es un salón iluminado.
Salgo a buscarte en él y no te encuentro.
A lo mejor mañana -entre la gente-
tus calles desbordantes me la entregan,
ciudad de férreas patas enterradas
a un costado del agua y de los barcos.

Alguna vez invade donde espero.
Entra al café con su pollera corta
y parada en el corazón los finos tacos
de sus zapatos negros me hacen daño.
Para tanta pasión soy muy pequeño.
Y aunque se ha ido, yo, ahí en la mesa
que como un perro fiel sale a buscarla,
sigo mirándola como una joya
ardiendo en la empuñadura de la noche.

A veces quiero ser -después me angustio-
un capitán de obreros insurrectos.
Grito ¡América! Y bajan los del norte.
¡Campesinos! Y suben los del sur.
Y se encuentran, se reconocen, se saludan,
y hay ruidos de muchos hombres y hacen fuego
y se sientan alrededor del fuego y deliberan
y designan los jefes y se ponen
de nuevo en movimiento.
Caiga en el libro que lee la que amo
una gota de sangre, un frío atardecer
que estando sola en el café de siempre
no sepa adónde ir.

Adelaida, mi amor, dame la mano
y vamos a la ciudad abandonada,
a las ruinas de la vieja ciudad
de cielos pálidos y vientos y grandes árboles
y ahí, esposa ajena, bajo el sol,
oh las puertas secretas de tu cuerpo
que golpeo con lo que tengo de rodillas.
No te enojes por eso. Sueño es nada,
nada, guantes que brillan, seda y sangre,
escarbando mi cráneo hasta el hastío,
que consigo destruir pero que vuelve
reconstruyéndose con pasos lúbricos
de un trasfondo ignorado donde caigo.

La conocí en un cine. Esa noche
-20 de julio del 51-
mi corazón cansado se apoyaba
en un bastón de sangre,
cuando con un sobresalto descubrí
el rostro prometido en ese rostro.

Saludé. Me acerqué. Me presenté.
Sonreía que no. ¡Qué iba a decirme!
Siempre me dice no cuando le hablo.
Recuerdo el verso de Poe, ese que dice:
And all I loved, I loved alone.
Siento orgullo por eso y quedo aislado
por un círculo frío de los otros.

Sombra dorada, puerta de mi agonía,
así te traigo de la mano al verso.
En mi único poema enamorado
quiero cantar más alto que ninguno.
Los demás si algo son sea en el coro.
Adelaida, mi amor, casa fragante
alumbrada de noche por mi fiebre
y golpeando sus puertas el bramido
de un tigre solitario.

Buenos Aires al norte, cielos bajos,
el otro día la encontré en tus calles.
Un relámpago negro ató mis piernas.
Y cuando vió que la miraba, mudo,
inmóvil en mi fuerza, abrió sus brazos
y se acercó hasta mí como una hermana,
sonriendo desde el sitio que no alcanzo.
¿Por qué será que no parezco un hombre
sino un pueblo de músicos que huye
atormentado por estruendos dulces
abandonado al sol los instrumentos?
¿Por qué será que nunca me comprende,
o me comprende y se sonríe?

¿Qué debo hacer, ciudad? Oh, yo no quiero
quedarme noche y día masticando
como una droga infame tal angustia.
No ha nacido mi alma para eso.
Mi alma es como un cuarto tapizado
de cortinajes negros y en el centro
un joven viudo de rodillas llora.
No ha nacido mi alma para eso.
¿Iré a las exposiciones de pintura?
¿A conferencia de poetas con barbitas?
Iría pero desnudo, de a caballo,
cuatro pumas hambrientos. Y que huyan.

Cuando de noche callas en la cama
al lado de tu esposo que ya duerme,
¿escuchas la tormenta? Mis manos que te buscan.
¿sientes la soledad? A mí me sientes.
¿Sientes que algo muy bello te ilumina
de un resplandor de pájaros salvajes
en cielo azul y campos verdecidos?
Yo soy que te poseo, amada, amiga.
Eso es todo. No espero. Quiero irme.
Europa jura y con ardientes manos
borda banderas nuevas y me llama.

¡Basta! Cuando me vaya (si no he muerto),
ahí en barco, solo, entre la gente
desplegaré su rostro como un cuadro
pintado entre violines por Picasso,
y me estaré mirándolo, mirándolo
ahí en el barco, solo, entre la gente,
muy pequeño, muy solo en el océano.
Y nadie la verá si yo no hablo.

                                                     [La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]

 

 

Ə

Los paraísos industriales

Naciones convertidas de un siglo para otro
en paraísos industriales, en infernales paraísos
de una elegancia técnica asombrosa.

Morir si es necesario en otra guerra.
El tigre de colmillos atómicos anda suelto.

Rodeadas de una muralla nuclear las vastas urbes
de ruidos melancólicos sin orden ni sentido,
bajo la noche abriéndose como una sombrilla gigantesca

pura de astros que se encienden y se apagan.


Nada imprevisto en la sucesión de los capítulos.
Desorden de paisajes terrestres. Protón 4.
En las estepas de Siberia
o en la sección norte de América
desciende el paracaídas con su hombre.
Los radio-telescopios, orejas del cosmos,
captan música a 12 mil millones de años luz.
Se alejan los mundos a conquistar brillan lejanos.
Seres de un material desconocido

en los salones interiores

de la masa de luz resplandeciente.

                                                           [La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]

Ə

 

Hominidae


Perdido. En sí misma el Agua Madre
ha disuelto el animal prototipo, imaginario.


De las ramas de sangre caliente, las más altas
del Árbol Inhumano, yo fui el fruto distinto
y sin origen claro y visible del Edén terrestre.


Una noche entre infinitas noches que no olvido,
que no podré olvidar (¿cómo pude llegar a ser otro
y ser el mismo?), estoy sentado alrededor del fuego:
los dientes, las mandíbulas dominan mi rostro,
los ojos de grandes órbitas miran la noche.


Yo entonces no sabía -era inocente-
que la Tierra de raudo giro estaba lista,
pero sin nombre aún, para que yo
iniciara mi historia ambigua y dolorosa.
Imperceptiblemente los huesos de mi cráneo
se abovedan (bella la expansión del cerebro
como la expansión del Universo), que es
cuando interiormente mis dos ojos
en un vertiginoso descubrimiento de mí mismo,
se deslizan por un plano inclinado hacia la grieta,
alma, ombligo interior,
que es cuando siento desazón, angustia.
Vida, guardé mis muertos. ..


Estoy aquí y allá, en todas partes.
Lluvias sobre el grosor de los bosques, las praderas; .
cielos radiantes y fríos, cielos cálidos.
Mi piel cambia del blanco al rojo, al negro,
al amarillo; en lentas gradaciones profundas
(sin cesar) mi cara reproduce la cara de todos
y cada uno de los seres que vivieron,
que viven, que vivirán un día en este mundo,
que es cuando necesito expresarme, comunicarme"
y como esas fuentes de agua clara que se ven
en los paseos públicos de las grandes ciudades,
hablo con infinito anh~lo a los astros herméticos,
que es cuando me brotan de la boca sin distinción
los idiomas de los hombres del mundo
en largos chorros surgentes,
y soy por piedad de mí todos los hombres.
Es un quehacer extraño que ya otros
han realizado bajo el incierto cielo antes que yo;
porque así pudiera mi sexo engendrar mundos y mundos,
es mi vida la que se extingue no mi muerte; el muerto
ha de seguir implacablemente muriendo en proporción
a la asombrosa correntada de noches y días
que emplea la Especie en nacer, prometer y cumplir.


Porque, oh coágulos astrales de la noche,
vidalitá, oh tigre de los llanos,
si me quedara en cama (pa' no gastar
los días que me quedan) mudo, inmóvil;
si una mañana me afeitara con uñas y dientes
al pie de alto espejo absoluto: me punza
el enigma del ser, del semen, del óvulo.


Sepan los maulas que no hay
influencias literarias, al menos consciente.
lo que hay es una transmisión de poderes,
lo que hay es una remota y verídica herencia
como si fuera mi humano cuerpo un nudo más
(la creación continúa) de energías divinas o no,
que unos llaman Amor: ebriedad natural, sexual,
primaveral; otros, palabra de Dios; otros Azar:
urdimbre de fuerzas ciegas que modelan
en lo negro y vacío la realidad, la Esfera
y el Sueño.
Todo materialismo es pesimista.
¿En cuál última noción o valor te apoyarás,
mente melancólica?
 

                                                                          [La Casa del Canto, Buenos Aires, 1985 ]

Ə

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