Atado como siempre a tu simetría
de oscuro río
que fluye entre mis manos.
Ya no hay girasoles en tu pecho,
sino lágrimas y otras caídas hojas
del árbol de la noche. Y más espesa,
más silenciosa, aferrada a esos pequeños
amuletos que ha destruido el tiempo,
y a las palabras: ¡oh redes vacías!
Una ráfaga de tu olor me precipita, sin embargo:
después de un viento grave me atempera.
Herido más tarde como un tigre
por el celo de la tierra,
me sacudo las mojadas hojas que me dejas.
Tu cabellera y grandes arañas en mis ojos
pervierten luego mi reposo. Y nuevamente
soy el movimiento de los días,
el movimiento de los árboles,
el movimiento de las hojas del otoño
recién extinguido.
[Mientras suceden los días]
[Guillermo
Sucre,
(Tumeremo, Estado Bolívar, Venezuela, 1933)]
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