La sangre se vuelve agua, cae una cruz en mis
entrañas. Los pasos son aproximaciones de tigre hacia el cadalso, hacia el
ocaso, hacia la noche inmensa y atribulada.
Y así, estas reflexiones hechas con base en pan y agua, forman la argamasa
de un castillo gigantesco, donde duermen las doncellas antes de ser
inmoladas porque así lo piden las buenas costumbres y el deseo.
Sé que mi padre me reprocharía haber abandonado mis estudios. Sin embargo,
también imagino que está orgulloso de que su hijo sea un poetastro
empedernido. Mi madre, por otro lado, es una mujer hermosa, bendecida por la
gracia de las lluvias, envuelta en tornasoles rojos e imposibles.
Hoy toco a la puerta de mi casa. Nadie abre. Son fantasmas venidos a menos
quienes habitan estas ruinas, ruinas perfectas e invisibles, donde cada
tanto me detengo a descansar.
Son fantasmas, no lo saben, y se han olvidado de asustar.
[Gustavo
Solórzano Alfaro]
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