Un lugar en un atlas
Hay un nombre marcado en un atlas. Mi abuelo
se debió entretener algunas de esas noches
resecas de verano que huelen a ceniza
subrayándolo en rojo: Waitakiki.
Qué estrechos horizontes o qué anhelos con él se conjuraban.
Hace siglos un hombre, junto a un gran ventanal,
porque la luz menguaba, miniaba el sol de oro
sobre la D de Dominus. Alzó luego los ojos
y vio una luna roja. El campo olía a ceniza.

Sobre la noche llana de Córdoba, despachado y enfermo
Luis de Góngora imaginó un azor
de duro pico azul desgarrando los cielos
fulgentes de la Arcadia.
Para el ciego fue Ítaca
o las rayas de un tigre para Kipling
o el nombre breve de aquella costurera de Madrid
-Francisca Sánchez, acompáñame-
con que acalló Rubén su último espanto.

Ítaca, Waitakiki, Arcadia, Paca Sánchez.
Tercos nombres sonando. Tercos nombres de qué.
Subrayados, de oro, de islas, de mujeres.
Tercos nombres sonando con un siseo de bala,
susurrando posibles e imposibles,
quemando como un lacre, sellando cada vida.

                                                                            [José Julio Cabanillas]

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