No es que ochocientos seres, sean
tigres, bagres o esperanzas,
me pidan un autorretrato.
No es que de pronto me venga en gana dirigirme a ochocientos
y sentarme en un sillón político sin basta.
No es que yo quiera mirarme al espejo para combatir mi depresión.
Yo soy el hijo de Elena, "elenito" para los compañeros de trabajo de mamá.
Declamaba poemas, leía chistes historietas mexicanas de Novaro
(tampoco se me escapaba Hermelinda Linda o Aniceto).
Solía hacer títeres en el barrio para ganarme un sencillo. Pero un día,
como quien cuelga zapatos para siempre, dejé que el moho
y la modorra se apoderen de este infante enfant elefante elenito.
Aquel día el bozo me cubrió la voz. Me emborraché con tragos y frutas.
Lloré toda la noche hasta que perdí todos los papeles, y escribí, mi primer
poema.
Cuando mis dos pequeños me piden entre gestos que juegue con ellos, y
mi esposa reclama caricias que derroten al frío de la indiferencia, yo, muy
serio
y poeta, me digo a mí mismo: soy Santiago Risso (Lima, 1967), poeta,
periodista
de carrera (no sé qué carrera), he publicado no sé cuántos libros (no por
vanidad
el olvido, sino por problemas de ecuación matemática). Trabajo, no sé hasta
cuándo,
en el departamento de cultura de una municipalidad del Perú. Y suelo llorar,
llorar mucho en las mañanas, llorar sin lágrimas, sin gestos, sin fricción.
Acostumbro
llorar para adentro, como si tuviese los ojos al revés. Soy poeta, mis
amigos sinceros
lo saben. No soy Neruda, Vallejo o Rimbaud. Este autorretrato a pedido
de la revista Ochocientos. Soy Santiago Risso, desde el 8 de setiembre de
1967, hijo
de Elena, para siempre - eso sí lo sé.
[Santiago
Risso (Perú, 1967)]
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