Los ataudes enamorados | ||
Nuestras
tumbas, mujer, se darán besos, nuestros cajones besos y mordiscos, y no serán sudarios los nuestros sino sábanas para engendrar trigales y construir el pecho de los cedros. Nos volverán a ver sobre la tierra, a ti llena de polen y de pétalos, cubierta de azaleas y azahares, y a mí con un pedazo de primavera roja entre la boca de madera. Sobre la tierra, amada, sobre el campo, tú con trenzas de musgo, con un manto de plumas y de orquídeas, y yo con un relámpago extendido en mis ramas como una fruta elástica y madura. La muerte será apenas un fecundo reposo, un sueño recorrido por gusanos labriegos, otra luna de miel entre raíces, otro rodar los dos dulces y mudos, por un salón de terciopelo verde. Que no pongan el nombre tuyo sobre la bóveda, ni el mío sobre el hueco que se trague mis tigres, sino que nos abonen y nos rieguen, pues esto es suficiente, compañera, para tu corazón y mi semilla. [Carlos Castro Saavedra] |
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