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VIII
Y ahora, hijo del hombre, ¿qué haces
aquí? Levántate, huye al desierto,
llévate allí la copa de las tribulaciones,
desgarra allí tu alma en muchos pedazos,
y entrega tu corazón como presa de una ira impotente;
vierte tus abundantes lágrimas sobre los rizos de las peñas,
y suelta tu amargo clamor para que se pierda entre la tempestad.
Hayyim Nahmán BialikToda presencia en movimiento tiende a la caída. No lo señalan los orígenes,
ni las artes materiales, sino los fármacos que se confunden con la grama.
Así la madera rota no ha de llorar, ni hospedar a Dios siquiera. Pues
recuperará la vista en la savia no dispersa. Hay un movimiento que
corresponde a los pueblos, que fue escritura de todo aquello pendiente. Y la
deuda, y el falso oscilar, es la pregunta de aquella vida a la que nuestro
lenguaje avanza. Y el caminar del pasado fue procreación, formar en la cruz,
no en la certeza del amado. Así como los signos son detenidos, las diez
casas aguardan el uno, no el once, sino el regreso al atrás de la bestia. La
inversión de la cifra es un camino nebuloso. Y las altas montañas son su
nimbado deseclipse. El lugar donde la carne se hizo lengua, y el poema final
se guardó en la memoria del libertador. Y la poesía, cadena. El desierto
tiene muchos rostros, y su nombre no alude. Pues aunque sea la senda de las
multitudes, sólo algunos sobreviven al sobrevivir. Pues aunque crezca la
grama, el tallo y el árbol, sólo algunos tienen el rostro quemado. Y aunque
se abra sin límites hacia las salidas, sólo uno conoce la entrada. Y no hay
justos para el acontecer de la primavera. Y ya su condición es necrófaga. Y
no es más que retardo. Pues sólo el niño junto al perro pueden ver al felino
en la jungla, y cada rostro sujeto con llanto a la floración. Las rayas del
tigre son el alfabeto del velo. Pues tanto adentro como afuera el soplar de
lo alto regará de ceniza la sucia siembra. Pues no hay abogados ni
acompañantes al final de la cosecha. Pues la tierra y su bifronte
constelación ha ahuyentado a lombrices y cuclillos. Sólo un ruiseñor. Ni
comunicación ni mostaza, más que el vestido de la abundancia. Y todo
movimiento es ya caída, pues la profundidad es el espejo. Todo lenguaje sin
sentido es destierro. Exterminio.
Ô
Tigre-Humo
Y las alturas cayeron con el soplo a la caldera. Las
madres en el diáfano valle nombraron ídolo al metal. Así la piedra se hizo
tiempo y los niños, almendra. Pues la imagen, el ídolo grabado, son las
lágrimas de humo, la cabellera escrita en llaga sobre el sacrificio de
limpiar la ceguera. El tigre esconde al desierto en el bosque. Y cada árbol
es un hijo sin padres. Pues no hubo alma, sino sangre en las puertas,
madera, para curar la herida de un pueblo infante, anterior al lenguaje. Así
la morada es la cicatriz. Así el agua y la piedra callaron como el niño en
el horno. Así los treinta y seis tigres secretos. Y el tigre fue el ángel
silente, y fue el bosque su lagar. Ahí el hijo es tigre, esperando con fuego
la sequedad del florido espejismo. Pues el tigre es rigor. Y en él, nuestros
padres limpios de lejía aprendieron el horror, la esclavitud de la ceniza. Y
es ceniza el velo del hijo. Y es tigre el rostro del Mesías. Y es Mesías
quien nos volverá a la hoguera.
Ô
Gato- Brumo
Dedicado a Elmo,
quien sólo habiendo vivido cuatro estaciones,
salvó la vida y el alma de mi familia.
¡También se muere el mar!
Federico García Lorca.
Y fue sólo un pequeño gato, un psicopompo vestido de ceniza,
el que estremeció la mudez del cielo, en la celebración de la madre. Y fue
sólo un pequeño cuerpo, el que nos mostró la inexistencia del tiempo. Y fue
él, Asclepio, quien saltó el lamento de los patriarcas, para cubrir con sus
pisadas, la yerma extensión del exilio. Y sus uñitas florecieron como agua
latente en el canto. Y las almohaditas de sus pies fueron el pan que no
podría durar más de una jornada. Y las familias supimos que en su boca,
estaba la invitación al santo lugar. No olvidéis sus ojos. No los olvidéis.
Pues el imperio no ha tenido fin. Y el pequeño gato es la imagen arruinada
de su linaje. Y sólo él pudo ser el vórtice de las sibilas. Pues el gato
nublado es la enunciación de la madre. Recordad al león y al tigre, pues el
gato no es ni será simio, su forma es única, ya su profundidad es
superficie.
Los grandes peligros se han roto como las cuerdas de la palabra. Los grandes
felinos han ahogado su belleza en la arcana fuente con voz de pozo. Y la
gran enfermedad de la luz artificial ha hecho del desierto una ribera
infinita, de entidades que se resisten a la siega.
Recordad al pequeño ser que moraba en el jardín. Recordad su aliento a pez.
Recordad al pez. ¡Recordáis acaso el dios de vuestros padres! Ha nacido para
morir el pequeño gato bajo el signo de la piedra. Ha nacido de los profetas
y los justos escondidos. Ha sido el agua, la ceniza, el fuego y la nube,
pero ahora es canto y debe esperar al santo errabundo. Debe volver al
desierto. Pues sus ojos son la medicina para los sucios fanales. Pues la
muerte engendra muerte. ¡Oh hermano noctívago! ¿Con qué melodía reparaste el
cántaro en el vientre de mi madre, para que todos los hijos resuciten en
ella? ¿Cómo has devuelto la noche , la arena y el momento del exterminio?
Contigo desaparecen los espíritus protectores, el antiguo ejército de 600000
antepasados, los cánticos y holocaustos. La última muralla se ha ido para
ceder al llanto. Para ceder al luto y a la infancia de animales, plantas y
astros.
Ahora la educación de la sal.
Ahora la educación del silencio.
Así, la cruel batalla con sedientos demonios.
Así, la lluvia.
[El
Libro de los Libros del Exterminio]
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