A Ramón Plaza, Edgar Bayley, Enrique Molina,

Alberto Vanasco, Antonio Aliberti, Francisco Madariaga, i.m.

 

A la mesa, tus amigos muertos

dan la espalda al grande océano

¿Te sentirías capaz de revelarles –nada

menos- su raída

condición?

Ríen tus amigos, dan la espalda

al océano al absurdo

torrente

a las aguas tan de prisa

siempre.

Y es Ramón quien vuelve a abrazarte

si despide la sartén cierto sabor

hogaroliente

fulgores que Ramón recuerda cuando

regresa (de a ratos) a

vivir.

 

"La muerte que me doy es fabulosa"

canta otra vez

Ramón

mientras truena Edgar carcajadas

en su fáustico carro de alelíes

y Enrique Molina El Incierto corre

con afelpado paso

a ocultar el cáliz de clandestina

pasión:

la esquela la Loba la Niña Salvaje

rociada en traslúcidos

cuencos de palma.

Por lo cual les pides te aguarden,

y emplazarás a Antonio a concluir

la demorada

traducción

(Dino Campana en su voz grave).

 

Y susurra Vanasco la

carta a las hijas, o bien habla

con propiedad de Hegel y de ciencia-ficción

En tanto, afila Madariaga un hilo de oro

desde sus tigres a contratumba:

le pedirás se cuide sinfin.

 

Pero es inútil, ni te oyen

Son como niños, nada saben,

miran sin verte los amigos muertos

de espaldas siempre al grande

océano.

Se mueren de risa y de vino

Enfrentan la ira de dios

Escriben, a veces, el poema

Juegan a los dados con la eternidad.

 

[Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 1931-), Carne de tiempo]

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