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[Jordi Virallonga]
 

Ciudad
La ciudad que fuimos

 

 
Ciudad
Oigo cantar a Ian Anderson
mientras tus ojos amanecen en el agua
de una Barcelona tibia
dispuesta a cautivar al mercenario.

Respiro por fotosíntesis en la línea de sol,
naturaleza intrusa
en esta habitación de hotel,
desolación sin drama.

Cómo recuperarme,
cómo recuperar el tigre de Siberia,
el diablo de Tasmania
o el mamut lanudo Berezcova,
de pene erecto, intacto y congelado
desde la evolución del horno sapiens.

Muevo el aire con un libro de Hooper
y me veo en sus hojas.
Observo los bares, las aceras,
los modelos que posamos
ante la mirada orbital de Lucian Freud ;
o Giacometti, el volumen de terror,
lo que queda adentro de los trazos
y soporta la piel, la estéril imagen
de nuestra intimidad
mientras piensa y descansa.

The poet and the painter
casting shadows on the wather
as the failing light illuminates
the mercenary' s creed.

Sólo formas anguladas en espacios
que elegimos destruir el paraíso,
ahora mismo tú, que estás entre las piedras,
la gente que funciona por un sueldo,
las mujeres que ríen, los lavabos
de la ciudad, cualquier ciudad,
que igual que tú o yo, a nadie ama
ni espera recompensa.
 

[Todo parece indicar, Hiperión, Madrid , 2003]

La ciudad que fuimos

Bajo alguno de estos techos,
de las nubes, quizá de otras palabras,
con tu silencio y mi boca postrada,
en otras líneas de la luz, en otros ojos,
sé que habitas todavía.

Te busco como desde un avión busca
un hombre la casa adonde vuelve,
como una pareja la causa
de su intensa sumisión al rito,
o a la vida, que sólo después supieron
iba a ser un mal asunto.

Tras tantos años juntos ,
no queda nada que pueda explicarnos,
ni la mirada aquella de odiar lo que fuimos,
de ansiar tanto una orilla, un mar más nuestro,
de amar siempre a crédito sin comprobar la deuda.

Como una revista al montón de diarios,
como miles de muertos al montón de papeles,
de nada vale tanto amor ganado a fuerza de uno mismo.

Creo que fuimos una dosis de inmanencia sin afecto:
negocio fraudulento, por fin calle
que a otra calle, sin más, la atraviesa.

Pero como esas calles te estoy cerca
pidiéndole piedad a un tigre herido,
metiendo gente en lugares que no existen
y pensando en rendirme si no fuera
tan extremadamente vulgar y tan humano.

Te busco, porque no supe el agua
te busco en la tierra, en el eco; t
pero más que tú me importa el rastro,
más que el amor su arqueología;
para entendernos,
más la pisada que el camino o el zapato,
más la tierra que el fango,
no el pasado ni el ahora ni el futuro:
aquella simetría de memorias:
el enigma que oculta la ceniza, lo que fuimos,
lo que eres finalmente.

De la ciudad de luces y espejos
parte un sólido reflejo que en mis ojos triangula el mar.
Ya sé que no te importa,
pero esa equidistancia forma parte
de un modo de querer que no comprendo,
un modo de ser adyacente al olor de los cachorros,
de ser adyacente a la fértil deyección de las basuras.

Al girar los ojos y ver
la amplitud de esta miseria
supiste que había llegado el momento,
que ninguna inmoralidad responsable podía sostener la ciudad que fuimos,
que ya ni intransigencia quedaba para unir el odio en un proyecto usado.

Te llevaste contigo la evolución de los nombres que había aprendido,
pero al alzar los ojos y ver la plural amplitud de la miseria,
por un segundo pensé
que la historia fue nuestra todo el tiempo.

[Crónicas de la usura, Plaza&Janés, Barcelona, 1999]

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