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El demonio y su argucia no entran en mis planes. Yo no
veo ni huelo sus regueros de azufre. Sólo veo un sol tibio a través de las hojas del
sicomoro centenario. Y veo en la horqueta del castaño la cacatúa
blanca de Montale. Y el tigre de Lugones restregando
su lomo contra la encina
abstracta.
Digo que veo pero no tengo ojos para ver. Una película de azogue
empaña el ya raído cristal de la mirada. Palpo las ceremonias
ondulatorias del mundo en movimiento.
Me bamboleo en las cuerdas
de tu hamaca de viento, hembra veloz e incorruptible.
Caeré de bruces, ya se sabe, de bruces amarillas. Masticaré los restos
sagrados de la
noche, el huesecillo del ángel de delgada estatura, la
papilla de trigo candeal de
tu sonrisa. La jauría de perros invernales devorará mi sombra.
Lo que quede de mí en el reguero de palomas. Lo que quede de mí, mi
última sombra, en
el refugio de la axila. Lo que quede de mí tras
tu zapato, mujer colérica
o demonio de boca
delicada. Y no entras en
mis planes,
sacerdotisa del acabamiento.
[José Viñals]
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