Renace en la mañana

Renace en la mañana en Brookhill Road. Se estremecen las hojas de los árboles muertos, la escarcha de las ramas podridas. Renace la mañana y el frío hondo de la tierra macilenta abandona furtivo las esquinas de la noche. La brisa se deshace lentamente como el cuerpo de una muerta que vagara sus últimos instantes por las calles de este Woolwich Arsenal al que he venido. Renace la mañana, sí, revive la luz que entrega a cada cosa los pulsos nuevos de la sangre por los torrentes del sueño. Revive el canto de las cornejas en los parques mojados, el trasiego inquieto de las ardillas. Oigo a Mohamed que comienza en el cuarto contiguo sus plegarias, y al joven Nick, chino-americano con sus discos, y al oscuro y sucio Tomás el judío, y todos, redimidos, renacen al alba con la luz primera de este mundo y sus ciclos cansados y repetidos, y así el alba en la niebla, esta mañana en que soy uno más de estos hombres, se llena de dioses distintos y de ángeles vestidos con extrañas armaduras y túnicas y sharis y pieles de tigre, y una luz divina y dulce envuelve el sueño de los que aún duermen y esperan despertar mañana más allá de los mares y los desiertos y las montañas, en la transparencia irreal de un Edén en la tierra.

 

[Francisco León, en La otra joven poesía española, a càrrec de A. Krawietz i F. León, Igitur, Montblanc, 2003]

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