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Pobre
Casal
a Pedro Marqués de Armas
¡Pobre Casal! repiten todos:
el comerciante, la prostituta, críticos y niños,
el efebo de hermosura escurridiza
que erró por la sombra de cualquiera
de mis días.
¡Pobre Casal!
y las palabras pierden la vehemencia de la manada,
retroceden, se desgastan,
caen como piedras inútiles en los muros de jade
de mi escritorio.
La lluvia afila los tejados.
En el espejo, el vacío alumbra una parcela
de Belleza.
Me quedo absorto junto a su piel de tigre sin
domesticar
que se lleva mis preguntas,
todos mis rescoldos.
¡Pobre Casal! Como un arañazo en mis espaldas.
Y el aire embadurna de una dulce tiniebla
mi cuerpo migratorio,
su bóveda oscura haciendo signos invisibles
en la mano de Rimbaud,
aderezando los postres de Verlaine,
regalando a Baudeluire su túnica,
la tos enfebrecida,
la médula de la noche
en una plenitud de anillo.
¡Pobre Casal! ¿Por qué insisten en la oquedad
del minotauro,
en las llagas del cielo?
Soy un dios que ha perdido su esfera
y me asedia esta isla imaginada entre los paréntesis
de la duda
y el césped tierno de todas las ausencias.
Soy sagrado.
No toques mis visiones,
ni mi máscara.
No entres en mi cuarto de gladiador auténtico.
Me sentaré a la mesa con ustedes.
"Mal día es hoy para mí"
Aquí está la nieve, su almendra como un dique
en la calma del naufragio
La imitación de Cristo no nos vuelve Cristo.
La cruz, el sacrificio
no hacen de nosotros, ECCE HOMO.
Entre las hojas del libro abierto
podemos situar nuestra buhardilla,
los clavos,
el dolor,
la esponja empapada en hiel,
pero no olvidar el movimiento pendular
de la carne,
su boca hambrienta,
la copa de oro,
el lirio que nos tienta.
¡Pobre Casal! Y me arrojan al manicomio de los
perseguidos
No hacen más que aullar su propia pobreza.
¡Pobres, pobrecitos!, cuando despierte con todas
mis flechas
en el centro del laberinto,
y juegue con la luz mi mano rota
y sostenga una de las puntas del cielo frágil
de la patria,
y mi plenitud resuene en la carcajada,
en la sangre incontenible cubriéndolo todo
de una chispa preciosa
de la brillante pedrería
de la muerte,
de mi muerfe.
La Habana
junio 19-20 1992
Δ
En la tumba de Julián Casal
a esperanza figueroa
Aquí los desperdicios de la muerte,
el aire roto,
el cuerpo abrumado por el frío y la sorpresa.
¿Qué nos separa de su vigilia,
del secreto paladar de sus demonios?
¿Quién puede asegurar que no somos nosotros
los muertos,
los que hervimos falsos manjares y tullidos
hasta la risa
nos revolcamos entre alimañas que nunca jugaron
en la nieve?
Todo lo que hicimos para arrancar la cera
a sus ojos de muerto,
fue inútil.
Nada va a devolvérnoslo.
Ninguna ternura que soplemos juntos
hará que se levante.
Todas las flores de la Isla no podrían deshelar
su retraimiento.
¿Qué hacemos entonces aquí
si no es hacer con la muerte una bebida común?
Sospecho que gastó sus días y también los nuestros.
Darío nos preguntó dónde estaba Casal y nadie pudo responder.
Tampoco lo sé yo, pero "son los días tristes y lluviosos,
y son las noches largas y sombrías."
Y he visto lotos blancos de pistilos de oro
en los jirones de Puentes Grandes.
En cualquier kimono pueden estar sus huesos,
en cualquier abanico el exagrama de su frialdad.
¿Dónde está Casal?
¿adónde fueron la sonrisa encristalada,
la ciudad de precarios camarotes que no podíamos ver
en los espejos de los Pérez de la Riva?
¿Dónde el cenicero,
los restos del banquete,
el punto de encaje del chiste,
el tapiz que contaba nuestra historia,
-frágil como un aneurisma-
a la hora de las comidas,
cuando la mesa y la calle están a oscuras,
cual si hubiesen perdido su aceite,
el ardor de las compañías?
Vivimos con brujas, entre maleficios y desapariciones.
Celebramos aquelarres con la soledad,
alumbrados por el silencio.
Y en cada misa negra
nos bebemos su sangre roja de tigre real,
de tuberculoso,
de huérfano.
Y lo compartimos agradecidos,
amorosamente,
entre los arrecifes
y las columnas
vencidas.
Δ |
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