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[Miguel Ángel Bustos (1932-1976)]

 

Los patios del tigre

Mare Tenebrarum

Poema 9

 

 

 

Mare Tenebrarum
 

En aquel tiempo del triste colegio, en aquel que

jamás recuerdo; soñaba con tigres y pájaros en

lucha y mi corazón era el desierto y el cielo, el sol

y la luna de aquel mundo final.

Llegó hasta mí un sacerdote, llegó y me dijo: por lo

que piensas morirán tus ojos, tu piel será maldita,

como la piel de las momias, amarás a dios en todo

lo que te destruya. Me senté junto al muro más cruel y lloré la lepra

del cielo. Cayó mi corazón, lo perdí. Y reyes ya de sangre

pájaros y tigres me acosan para siempre y todas

mis aguas, todos mis ríos, huyen muertos hacia el

atroz y calmo Mar de las Tinieblas.

Y el ángel de la locura, el ángel de la fiebre mira,

en mí al monte coronación del Verbo; escribo para

que me sea dado el Silencio.

                                [El Himalaya o la moral de los pájaros]

Δ

Poema 9

Tocaremos la luna. Poseeremos el cráneo del Sol.
Qué patria o cielo verbal ilumina al fuego
en su casa de líquidos esmaltes; carro de Elías,
purificación de las ciudades muertas, árbol místico de la sangre, agua y sombra transparente, vitral de dioses aniquilados.
Sol antiverbal. Sol carnívoro en sonidos o silencios en el horizonte frío de la tierra sin pájaros.
Sol tigre.

                             [El Himalaya o la moral de los pájaros]

Δ

Los patios del tigre
 
El tigre, aquel espejo del
odio y el espanto.
von Jöcker, siglo XVIII
 
 
Fueron siempre los pájaros los que anduvieron en los patios de mi infancia.
A la claridad del canario se sumó el gritito entrecortado del calafate, el vuelo diminuto de los bengalíes. Algún mono hubo, pero fue efímero.
Agregaba mi abuelo a la magia reinante sus oros de Gran Maestro. Sus libros que, de a poco, fueron siendo mis pájaros.
Un tío viajó y en una gran jaula trajo un tigre. Lo aseguraron a una cadena y esperaron que lo viera.
Su garganta me llamó; aparecí.
El espanto y la maravilla me helaron.
Desde ese día los patios dejaron de ser tales. Fueron selvas de mármol y mosaicos gastados en donde el terror habitaba.
Era feliz. Tocaba el misterio a diario y no desaparecía. Me acostumbré ávidamente a lo extraño.
Cuando alguien ordenó su encierro en el Zoológico, lloré.
Entonces comenzaron mis fugaces visitas; temblaba cerca de su jaula. Su rugido era música tristísima para mí. Le imploraba a su memoria de fiera el recuerdo.
El día en que me fui a despedir de él para siempre me olió, detuvo su andar en círculos. Una sombra humana le cruzó la mirada. Intenté tocarlo. El griterío prudente me clavó en el piso.
Pensé un adiós, suavemente me marché. Más tarde supe de su muerte. Su carne fantástica se juntó en el polvo a otras carnes.
He crecido. Guardo de mi infancia sus huesos en mi alma, los libros en mi sangre.
Pero cuando llegue el fin y me miren los ojos que aún no he visto, pienso que será el tigre incierto de la locura el que me lleve tanteando a la nada, aquel tigre de titubeo y delirio del suicidio que en su boca me ahogará clamando.
O tal vez mi viejo tigre, rayado por la piedad, quiera devorarme como a un niño.
 

Δ

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