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Al Berto| sèrieAlfa 96

 

 

Imatge: La pèrdua | Pere Salinas

 

 

Al Berto

 

 

QUINTA DE SANTA CATARINA

 

 

1

 

la casa fue abandonada, permanece vacía. desde una ventana se ve otra ventana. el interior es húmedo y oscuro. donde una puerta encuadra a otra puerta no se advierte ninguna señal de vida. sólo flotan aromas, presencias tenues de cuerpos. la mirada se detiene sobre las geometrías musgosas de los techos. una sombra se desliza junto al piano, el estuco se hace añicos, cae. se oye un ruido misterioso de pozos, de insectos dentro de las paredes. la mirada aprende a ver en la penumbra verdosa de las salas. se aguza el oído y el tacto casi consigue delinear la presencia de los muertos. pierdo el miedo, voy de un pasillo al otro sin encender luz alguna. consigo llegar a la puerta de la habitación de la infancia, la abro. el mar se presiente a partir de un ángulo de tiniebla, junto a la cama. alguien fotografía a alguien. el espejo enciende mi reflejo. no me reconozco en él. hay una salida secreta que nunca utilizo, ni tan siquiera en la fotografía. crecí con la casa. la infancia desapareció en un rincón casi inaccesible de la memoria. no queda nada de la travesía alegre de los cuerpos que vivieron allí. ni tan sólo se encuentran los surcos de lluvia en los suelos de madera aún en buen estado de conservación. ni huesos de ningún pájaro que haya servido de alimento, ni ceniza o trozos de carbón, restos de grasa, nada. la luz continúa entrando por las rendijas de las ventanas mal cerradas. la noche atraviesa la casa hasta los cimientos de sal. la desolación se insinúa hasta la médula de las maderas. la mirada escoge algunas imágenes de la casa, únicas señales guardadas en la meticulosa memoria de quien con ella vivió.

 

 

2

 

animales estrangulados, materias plásticas, un ladrillo con los agujeros llenos de helechos. un perro atropellado, manchas de sangre seca. el fondo del lavadero de cemento, el perfume de la ropa lavada. una sombra se inclina sobre el lavadero. encima de la mesa las gafas, la regla que perteneció al abuelo, la resma de papel, la cuchara de plata labrada, una bombilla fundida, agua. más agua, un sobre mojado, las plumas, los lápices, la máquina de escribir. se volvió difícil prever hasta dónde los ojos  consiguen nombrar, archivar, ordenar para siempre los pequeños residuos de la adolescencia. hoy, escribir es un acto nocturno. respiro dolorosamente. escribo siempre acostado o encogido sobre la mesa. el silencio y las sombras se deslizan a mi alrededor. miran furtivamente por encima de mi hombro para ver qué estoy escribiendo. oigo la música que viene del fondo de mi soledad. música acuática, aristas de sangre, dedos medrosos tamborileando sobre los cristales polvorientos. tu nombre, este sonido frio de árboles deshaciendo la cal de las paredes. escribo con el miedo y el susto dentro de cada palabra. la vida alcanza la espiral vertiginosa de la noche. es esta palabra que me sirve para nombrarte y no otra: miedo. los textos avanzan con la desolación de la casa, jadean sobre el papel, me duelen los dedos y los ojos, los órganos del cuerpo que nunca vi. el pecho desgastado  por la enfermedad. por una rendija de las maderas crece el alba. perfora, entra por la ventana, invade la intimidad penumbrosa de la habitación. dejo de escribir, estoy muy muy cansado. en el agotamiento de la noche me encontré enumerando las cosas queridas. las coloco en los lugares donde siempre estuvieron, les doy una edad, un uso, y antes que la mañana se precipite sobre la casa creo de nuevo el mundo. después, espero el sueño. se me hinchan los párpados, adivino los sueños anteriores a mi edad. el cuerpo se desliza  por el abismo florido de las galaxias. no sé nada de mi durante estas horas. absolutamente nada.

 

 

3

 

hay poco más que decir. camino abandonando los últimos residuos de la memoria. fragmentos de noche escritos con el corazón presintiendo las catástrofes del mundo. la gran soledad es un lugar blanco poblado de mitos, de tristezas y de alegría. pero estoy casi siempre triste. algunas fotografías me revelan que en otros lugares ya estuve triste. por ejemplo, en el fondo de este pozo vi inclinarse la sombra adolescente que fui. agua lunar, cañaverales, luminosos escarabajos, este sol quemando la piel de las plantas. camino por los textos y advierto todo esto. lo que comienzo lo dejo inacabado, como dejaré la vida, estoy seguro, inacabada. el mundo me perteneció, la memoria me revela esta herencia, este bien. hoy, sólo siento el viento reavivar heridas, nada poseo, ni tan sólo el sufrimiento. otra memoria tomando forma, me asusta. aún no ha pasado nada y ya he envejecido tanto. un juego de astillas es todo lo que poseo, la memoria que viene aún no tiene el dolor dentro de sí. las fotografías y los textos, tu rostro, podrían proyectarme a un futuro más feliz, o contarme los desastres de los regresos recomenzados. pero, cuando más tarde consiga darme cuenta de que la vida vibró dentro de mí, un instante, estaré seguro de que nada de aquello me perteneció. ni tan sólo la vida, ninguna muerte. en la misma posición, reclinado sobre mi frágil cuerpo, empiezo de nuevo a escribir. estoy de nuevo ocupado en olvidarme. la escritura es precaria morada para el vagar del corazón. me queda la perturbación de haber atravesado los días, humildemente, sin lamentos. anochece o amanece, da lo mismo.

 

[Traducción: Joan Navarro]

 

 

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