Pour
voir / Franck Castagné | sèrieAlfa 94
Imatge: Abel Dávila Sabina
Para ver / Franck Castagné
I
Los ojos cerrados: arenal negro del nervio óptico,
Telón bajado de los párpados,
Alquimia de una cámara oscura.
El tiempo sin diferencia, el tiempo indiferente se anula a
medida que transcurre.
Formas y colores nacerán,
Surgidos del espíritu recreativo y doloroso del pintor,
Proyectados sobre el lienzo súbitamente pesado de un
cuerpo extraño.
El espacio, aquí rey, se instala en un sueño de eternidad,
Concreción de la ausencia,
A esta parte, más allá del objeto definible.
De un vistazo, yo ocupaba el horizonte.
Dudaba de la luna, débil hoja de oro que una nube rasga.
Escuchaba los primeros pasos televisados de un ser sobre este
astro muerto,
Condenado para siempre a ver la tierra solo como una «naranja
azul».
Ahora cedo el sitio al oriente del cuadro.
La diferencia entre mi inagotable sed objetiva y el
cuadro
muestra el sentido, la dirección, la duración de una
felicidad que seguir,
Subraya la realidad de su ausencia,
Sugiere el ensanchamiento de un sueño cumplido durante los
límites del día.
Los ojos, de lasitud, se cerrarán una vez más.
El ciclo del cuadro, sin concesiones, de la verdadera
salida, empieza de nuevo.
De esta dialéctica nace un nombre, sucio como un peine, parecido
a algunos millardos de nombres, un solo nombre verticalizado.
El marco es el cuerpo triturado, claudicante,
En el que se rompen la irrisión irrisoria, la
sorprendente sorpresa el insensato sentido común de quien olvidó su verdadero
nombre,
Quien sólo lo recuerda al morir, diciendo: «¡Ah!»,
Quien se esfuerza en morir, cuerpo y bienes, para volver
por fin con su alma, ya muerta en este mundo a causa de una vieja viruela
Que llamaré: separación del espíritu de la materia, de la
cabeza del cuerpo.
El cuadro desea locamente no tener marco alguno,
Retener en su superficie precaria toda la luz del mundo,
No ofrecer en su entorno inevitable más que el vacío
absoluto.
El Occidental a quien no se le ocurre otra cosa que decir:
«¡Ah!» cuando pierde definitivamente sus pantuflas y
sus fiebres masturbatorias, al final de una vida aburrida,
aburridora, aburriente,
Ignora que ha serrado
religiosamente la rama en la que sus células estaban fijadas desde toda la
eternidad.
La única obra maestra que sobrevive a su hedor es la sangre
insípida del objeto.
Oh, poderosos símbolos que se ríen de la belleza, de la fealdad.
Pesada tarea para quien recibió la misión de revelar los
símbolos de la fealdad.
Algunos millardos de bastones blancos,
Algunos millardos de perros fieles y silenciosos,
Esperan al bípedo desafortunado a las puertas del paraíso,
De la buena vida que se ha vuelto pleonasmo.
Occidental, reculas bien.
Haces aséptica tu nada.
Ningún orgasmo más.
Conocerás finalmente el vacío puro y la serenidad helada
del príncipe de las tinieblas,
Falso Buda en sillón de relajación con treinta y dos
posiciones.
Falso Cristo emasculado, ricacho, clavado en una cruz de
Desiderio.
Cortas, cianuras, metalizas a tiros.
Asepsia y metalización. ¡Bravo! Occidental.
Otro punto para Lucifer.
Con el metal que tus leyes hunden en la sustancia vital,
Subes por el espíritu de plomo de tu maestro un nuevo
escalón
La naturaleza, los océanos, incluso tu alimento, tan
próximo a tu pudrimiento, se convierten en la fosa común donde tu alma
escéptica yace.
Pero, qué decir de este último escalón donde te has
posado:
El arte de disociar, no ya tú mismo sino la materia.
Oh, estremecimiento intenso de tu orgullo.
Ya no es necesario proyectar nada contra tus enemigos.
Los volatilizas, los sutilizas.
Recibirás como recompensa una imagen, la de la felicidad que se te escapa.
Tu única alegría será imaginar la buena vida siempre más
cerca, al alcance de tu mano paralizada.
Los astros te pertenecerán pero reventarás de deseo a las
puertas de ti mismo.
Salve, Occidental, lleno de tu suficiencia.
Tu coche y tu televisión están contigo.
Te has distinguido de las otras criaturas.
Tu sexo, al fondo de tus entrañas, ha muerto.
El fruto seco de tu cabeza es un nudo de víboras a tus
pies.
Occidental divino, padre propietario de todas las cosas
del universo
Oigo que me suplicas,
Yo, que sólo soy en tu campo una hierba que se estremece
Que pronto se fundirá en el gran todo.
Conozco bien a tu amo, su furor, sus poderes, su
debilidad.
No te resistes al elogio de tus obras donde colocas tu
alma.
Exorcizaré tu odio en el canto que seguirá.
II
Has inventado el objeto. Lo has elegido. Has escogido inventar
el objeto.
Entre tú y el objeto, has escogido el objeto.
Has llevado a cabo este gesto con miedo y temblor.
El suelo ha cedido bajo tus pasos.
Has perdido el estremecimiento que sellaba tu alianza con
los elementos,
Con los árboles, las
flores, el río, el océano, los astros.
No te has curado nunca de este miedo.
Te volvías Dios.
El objeto, tu objeto, comenzaba a existir sin ti.
Existía todavía cuando desviabas tu mirada,
Cuando tu muerte sobrevenía.
Te hacía perenne.
Le diste un nombre, unas cualidades.
Era el árbol, la tierra, el cielo y el sol.
Tu miedo, en este calvario, te dio alas.
Perdiste prudencia.
Gloria del bautismo de todas las cosas por la raza
humana.
El objeto, el objeto de tu pena, necesitaba tu esperanza para
vivir y progresar.
Erigiste la esperanza en soledad.
Proyectabas sobre todas las cosas la ausencia de tu
realización.
Tu espinazo, antaño verticalizado,
se encorvó con este impulso invertido, insensato.
Pozo de aire, pérdida de velocidad que nunca recuperarás.
Tu obra, a lo sumo, puede servir a otra raza que no será
humana.
Inventaste objetos maravillosos.
No te resistirás al placer de oír el relato de los éxitos
de tu espíritu habilidoso.
Has alargado con alguna prórroga el tiempo de tu vida.
¿No se ha acortado el tiempo de la vida de tu hermano?
Cuidas mejor tu cuerpo enfermo.
¿El cuerpo enfermo de tu hermano tolera tu progreso?
Comes mejor, te sacias.
¿Tu hermano no está hambriento?
Repartes más justamente tus riquezas.
¿Las riquezas de tu hermano no están en tus manos?
Vives en el confort: fortalecerte con él.
Has inventado la seguridad. Confort y seguridad: simulacros
para una paz ausente.
¡Ah! ¿Cómo no disfrutar de estos objetos?
Eso bien vale un sexo y todo el amor del mundo.
Tu obra, la más pura obra
maestra humana,
Supera la sonrisa de la Gioconda, la Venus manca, «El
cementerio marino», el más bello de los monumentos a los muertos.
¿Shakespeare? ¿Moliere? ¿Chejov?
Zopencos que balbucean ante la espléndida trayectoria que
te llevó a la luna.
Quinientos millones de telescrutadores
participaron en esta maravillosa elección
que ellos habían pagado.
Finalmente has inventado el erotismo para los espíritus
delicados, la pornografía para los pudibundos.
Ahogado por tus descubrimientos miríficos
Mis sentidos se pierden.
El vértigo se apodera de mí.
Veo claramente aún que el ritmo de tu creación se
precipita.
¿Hasta dónde llegarás?
Este segundo canto, dedicado a tu gloria, se limita a
loar tu obra.
Aquí, el tú ya no existe.
Anuncio el último canto, el de la buena vida ante la
muerte sin artificio.
III
Frente a la muerte tiene lugar el reparto.
Continuamente, en el cuerpo, mueren innombrables células.
La ilusión de su inmortalidad, gracias a formas sutiles, esparce
el olvido de nuestra trayectoria.
En este mismo cuerpo, continuamente, brota una eterna juventud
de la energía.
Quien no realiza, atento, este reparto inmediato y
constante,
Sucumbe al artificio,
Pone su vida en la tumba y su muerte en la cuna.
Por la intercesión del cuadro
El volumen del lugar se pone de acuerdo con nuestro
volumen corporal.
Nuestro ojo, sumergido en el himno incesante de la luz,
Despliega, oh milagro, un tranquilo concierto radiante de
colores que reviste el universo.
A la velocidad de la luz nuestro espíritu se llena del
gesto ritual del pintor,
Nosotros recibimos la comunión de los colores, de las
formas.
Su composición no es otra que la de nuestro organismo
íntimo y sin velo.
Los secretos más escondidos son sacados a la luz y
preservados.
Sabemos que la pesadilla de la historia humana acabará en
la lucidez,
En la plenitud de una mirada aceptada, asumida, contenida.
Nos liberamos de esta carga de miedo que arrastramos.
El conocimiento, en este nivel, es un eterno estremecimiento.
La era de la buena vida empieza.
Franck Castagné (1926-2015) nació en Talence, en la Gironda, Francia.
Fue librero en Burdeos, Bourges y Le Puy. Formó parte del consejo de redacción de la
revista Arpa. Es autor de una decena de poemarios. Publicó en la editorial Rougerie: Terre sans nom (1969), Plus mort que vif (1969), L’empire du milieu (1976), Seul à seul (1978) y Corps
premier (1981), en la editorial Nadir: Celui
qui passe (1999) y en la editorial Voix d’encre: Opéra de la terre (1998), con dibujos de Gérard Eppelé, Offrandes de la mémoire (2001), con tintas de Serge Saunière
(Prix Antonin Artaud 2002) i Corps du
sujet (2010), con
dibujos de Isabel Michaut.
[Traducción: Joan Navarro]
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