Mano abierta: cinco siempre nuevos poetas

   En México de un tiempo a la fecha no hay más poética (reconocida, premiada, beneficiada por los protectorados oficiales) que la que viene del sur del continente, vía los grandes santones y uno que otro poeta. Esta “nueva” poesía, afianzada con garras a las viejas vanguardias, mira con malos ojos lo que no ocurre en ella o, mejor, entre quienes la dictan en el mismo perfil de aquellos escribanos del pasado que estaban destinados a copiar entre todos un único volumen. Son jóvenes que arrastran los vicios y prebendas de sus propios padrinos y hacen del centralismo y de las becas una forma de vida. Se ramifican en los medios impresos para cubrirse entre ellos y a veces detrás de estos políticos hay un poeta en cierne, pero absolutamente todos se creen los elegidos, los únicos, los amos de la palabra poética. Se atreven a decir que Jaime Sabines es muy cursi y ni siquiera conocen el amor. Si hacen uso de sus emociones es para denostar a quienes están en desacuerdo con ellos y prefieren bordar en el vacío que sobre sus arterias. Le cobran la factura de su mediocridad a quienes los protegen, pero solo en privado. Aman la fama, el esnobismo y la frivolidad por encima del reconocimiento y el trabajo. No todos radican en el centro del país, pero los que están fuera padecen centralismo (además de miopía). No hay encuentro o concurso en donde no converjan los mismos manantiales y la soberbia es agua superior a la edad que naufragan. Entre los jóvenes ya consolidados existen casos opuestos: Jorge Fernández Granados o Malva Flores, cuya labor poética se ha ido decantando, y Ernesto Lumbreras, cuyo trabajo inicial me parece mejor que sus últimos cielos o las piedras más prístinas que ahora esconde en su mano. 

   Pero también hay arbustos de variada luz (incluso cercanos a estos grupos cerrados) que demostraron ya carácter de poetas: Julián Herbert, incluso, con una poética lejana de la de sus amigos (la poesía neobarroca, preciosista), sin caer en el facilismo de la corriente coloquial o el franco desparpajo que ha imperado en algunos (sobre todo norteños) y Luis Vicente de Aguinaga, quien sabe asimilar sus influencias para revisitar a los poetas que lo nutren de una manera exacta y oportuna.  

   Yo prefiero a los que están a la sombra de tantas manzanas venenosas que pudieran tentarlos: Luis Alberto Arellano (Querétaro) y su ironía febril, demoledora. Elías Carlo (Monterrey) y el nihilismo tajante por sus vísceras. Ervey Castillo (Tabasco) y otro Dios al que enfrenta sus múltiples preguntas. Óscar Santos (Aguascalientes), Román Luján (Querétaro), Javier Acosta (Zacatecas), Avelino Gómez Guzmán (Colima), con discursos muy bien estructurados, emociones a ras, intuiciones y experimentación con la palabra justa y sin pedanterías. De Jalisco (menores de 40 años) mis apuestas son pocas: Pedro Goché, Víctor Ortiz Partida, Mauricio Nehbli, Rafael Galeana y Karla Sandomingo. Esta es la sociedad en la que creo: las palabras y el poeta. No en la otra sociedad, a la que se presentan los poetas con vals y chambelanes, con padrinos y aplausos pregrabados. La poesía por la poesía o el arte por el arte no lleva a ningún lugar. Muchos poetas también están tan separados de ellos mismos, separados de los otros y separados del mundo, que sus palabras tienden a separarse las unas de las otras por falta de poder unificarlas en el mismo sentido orientado hacia el interior infinito del centro en el sentido mítico de la palabra. En esta selección (preparada por Luis Alberto Arellano) especial para sèrieAlfa aparecen cinco poetas sin título de jóvenes, porque ustedes verán que están maduros y listos para hincarle otro diente a su trabajo.

Luis Armenta Malpica

Querétaro, abril de 2005

 

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