Once voces para la poesía chilena

 
Pero en el centro del vacío hay otra fiesta
Roberto Juarroz
 

I

 

     Las últimas antologías publicadas en Chile destacan la fuerte presencia de poetas académicos y universitarios, generación in vitro diría yo, por sobre aquellos que llevan otro estilo de vida y conciben distintas formas de hacer literatura. Así nos percatamos de la escasa participación de genuinos creadores producto de una sociedad justa, humanista y fraternal, personas de gestos y ademanes que reflejan un ser humano sensible y solidario, que aman las manifestaciones del arte por sobre el afán de figuración y de prestigios sospechosos cuando no se sustentan en un trabajo sólido y verdadero. Agreguemos a esta tesis los últimos casos de corrupción en concursos y tráficos de influencias, que ya se han hecho costumbre en el quehacer literario de aquellos sujetos, a quienes no discutimos el talento sino la actitud mercantil que despliegan frente a una disciplina que se nos otorga gratuita y subyugante.

 

     Extrañamos en las últimas promociones, más que ghettos de poder político, económico y social, grupos de corrientes poéticas o de creación y análisis de propuestas estéticas profundas y decantadas. “Avanzamos, ¿no sería mejor retroceder?”, diría Rimbaud. 

 

II

 

     La actual poesía chilena acusa la impronta traumática que nos legara la dictadura de Pinochet (autocensura, diáspora y retorno), que rompe con una exquisita tradición de poetas mayores - Mistral, Huidobro, De Rokha y el mismo Neruda, entre otros -, lo cual precipita abruptamente la actividad literaria en un apagón cultural que se va a prolongar por más de una década. La práctica poética exportable se repliega en el academicismo o en grupos que se difunden usando plataformas artificiales como el acceso a la prensa oficial, el compadrazgo político y el abuso de la cultura electrónica. Sintomático es el caso de Raúl Zurita quien, sin ser un mal poeta, jamás ha sido la maravilla que se vende con total desfachatez como automóvil, perfume o bien raíz por las casas editoras de la aldea.

 

III

 

     Sin embargo emergen a la intemperie auténticos poetas, especialmente en el sur de Chile: Elicura Chihuailaf, Clemente Riedemann, Sergio Mansilla y unos poquísimos más que, acaso, podrían ser Juan Cameron de Valparaíso, Eduardo Llanos y José María Memet de Santiago, y paremos de contar.

 

     Los rasgos que caracterizan la poesía de los creadores mencionados, serían:

- el cultivo de la palabra cotidiana y directa (herencia de Parra, tal vez);

- profundamente humana y entrañable, del gesto conmovedor (en ciertos seguidores de Teillier y Barquero);

- comprometida con la realidad holística del lenguaje, más que con la coyuntura política (en los adeptos de Lihn o Rojas);

- alejada de todo fundamentalismo racial e ideológico (ver el caso de la poesía femenina o mapuche) que busca la identidad en la diferencia;

- y el desarrollo de formas experimentales (afines a Rosamel del Valle, Díaz Casanueva y Anguita). Notable es el caso de Juan Luis Martínez, digno de un estudio aparte.

 

     Esta poesía, a pesar de los pesares, mantiene su alta calidad y prestancia en el concierto hispanoamericano.

 

IV

 

     Creo que todos estamos de acuerdo en que Chile es una fértil provincia para el cultivo y desarrollo de las letras y, en forma especial, de la poesía. Estimo que las razones que favorecen esta realidad transformada en mito o este mito transformado en realidad radican fundamentalmente en su aislamiento geográfico y en una tradición literaria macerada tras lecturas de románticos y simbolistas que vienen desde el siglo de las luces. En ese contexto de relativa prosperidad económica y de ordenamiento jurídico e institucional que no conocieron las restantes repúblicas en sus primeros años como naciones americanas independientes, encontrará el intelectual chileno la estabilidad que se tornaría fundamental para el desarrollo de la personalidad poética que lo caracteriza. Incorporemos a este panorama la riqueza de las culturas originarias, con su rebeldía cósmica y comunitaria, y de este violento mestizaje obtendremos a la vuelta de los milenios una poesía estremecedora.

 

V

 

     La presente antología recoge las mejores tradiciones de nuestro quehacer literario; retorna a la raíz y génesis del verbo en una época de relativismos enervantes, donde todo vale lo mismo: un cachureo, un sueño, un libro o una sortija. Hoy, cuando la fama se compra y vende al mejor postor, Meléndez no se deja llevar por un exitismo frívolo y baladí; los once nombres que ha seleccionado representan un amplio espectro de distintos influjos y referentes en la actual poesía chilena, desprendiéndose de todo intento utilitario del arte como plataforma de poder o prestigio. El autor ha escogido lentamente en la soledad del Maule profundo los textos de creadores que, independiente de su origen y destino, resistan lecturas exigentes al ser confrontadas, como aducía Teillier, con poetas universales. Creo que es el mayor mérito de este trabajo que lo legitima ante sus pares por su objetividad, rigor y templanza.

 

VI

 

    Si pudiéramos plantear aquí los aportes significativos de Armando Roa, Jaime Huenún, Francisco Véjar, Leonel Lienlaf, Mario Meléndez, Javier Bello, Carlos Henrickson, Damsi Figueroa, Gloria Dünkler, Ivo Maldonado y Héctor Hernández estaríamos excediendo los márgenes de esta breve presentación puesto que cada uno de ellos amerita un estudio por separado. Pero lo que no podemos obviar es el intento por ordenar dichas propuestas - a riesgo de ser esquemáticos - según sus características más identitarias. La presente muestra puede ser clasificada en los siguientes grupos por afinidad, temática o estética:

 

- Poesía etnocultural: Jaime Huenún, Leonel Lienlaf y Gloria Dünkler.

- Poesía lárica: Francisco Véjar.

- Poesía universitaria: Javier Bello y Damsi Figueroa.

- Poesía experimental: Armando Roa, Carlos Henrickson y Héctor  Hernández.

- Poesía social: Mario Meléndez e Ivo Maldonado.

 

VII

 

     Por supuesto que este ordenamiento es flexible y más de un nombre debiera figurar en dos o más categorías; pero he optado, al plantearlo así, por su rasgo más notorio. Además, algunos poetas han ido afianzando un estilo disímil al de sus inicios. Tal es el riesgo que debe afrontar un antologador; se anticipa al gusto masivo, intuye y propone con audacia. Meléndez rescata incluso nombres desconocidos para los cerrados circuitos predominantes, a sabiendas que es un esfuerzo personal, íntimo y ¿por qué no? efímero, dada la naturaleza frágil y mutante de la palabra poética en la evolución histórica de los pueblos. Esperamos, sin embargo, por el bien de la poesía, que este notable trabajo abordado con amplitud de criterio, madurez literaria y responsable objetividad se prolongue en la memoria colectiva de las futuras generaciones como un signo de esa calidad humana y estética que tanto extrañamos en nuestros días.

 

Bernardo González Koppmann

Talca, Otoño del 2004

 

 

Bernardo González Koppmann. Talca, 1957. Su obra poética se reúne bajo el título Cantos del bastón. Por su trabajo literario ha recibido importantes distinciones en concursos nacionales de poesía. Ha investigado y difundido la literatura de su región, rescatando el lenguaje y vigencia del tema campesino en la configuración de una identidad originaria. Actualmente trabaja en el libro Faluchos, que congrega a 23 poetas clásicos del Maule. Ha sido incluido en Anaconda, Antologia di Poeti Americani, Quebec 2003, y en Nueva Antología Hispanoamericana, Lima 2004, e invitado a innumerables encuentros de escritores a lo largo del país. Es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile, Licenciado en Educación y Profesor de Estado en Historia y Geografía.

 

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